De pequeño, Adrià Solé (Barcelona, 1988) veía con asombro los temas que trataba la revista Greenpeace que su padre recibía regularmente: todo eran desastres ecológicos. «Comprobar cómo la Amazonia, Indonesia, Borneo y Sumatra sufrían una deforestación progresiva me impactaba mucho», recuerda. Tanto, que con los años eligió la carrera de Biología con el claro objetivo de trabajar a favor de la conservación de los ecosistemas.
Más allá del interés por el ecologismo, en casa de Adrià no se hablaba de agricultura. Aunque su familia era propietaria de Can Mercaderet, una masía situada en el término municipal de Santa Margarita de Montbui, él creció en un piso en la ciudad de Igualada. Pero, un buen día, su padre heredó la finca. En tiempos de los abuelos de Adrià, se había cultivado viña, pero cuando los masoveros se instalaron, se arrancaron las cepas. En aquella época era muy habitual cambiar el trabajo del campo por el de la fábrica.
La hija de los masoveros, de noventa y dos años, todavía vive en Can Mercaderet, junto con Adrià, su pareja, varios amigos y su hermana. Además de vivienda, la finca es la sede de Ecomercaderet, una cooperativa de trabajo que se dedica a la horticultura ecológica. En total, disponen de doce hectáreas de cultivos y forrajes, de las cuales una hectárea está destinada a olivos y otra a huerta. Siete hectáreas son de propiedad, mientras que las otras cinco las alquilan. Además, gestionan nueve hectáreas de bosques y pastos, tres de las cuales las han podido conseguir gracias al apoyo de la Red de Bancos de Tierras que impulsa la Diputación de Barcelona.
Llegar a la masía de Santa Margarita de Montbui permite entender enseguida el significado del concepto «biodiversidad cultivada». Apoyadas en el suelo, calabazas de todas las formas y colores toman el sol al abrigo de una masía con las puertas abiertas; y, dentro, en el obrador, Adrià termina de elaborar yogures y requesones que el martes llevará a un colegio cercano. La finca emana un aire saludable, con la casa llena de vida y rodeada de tierras cultivadas con amor y dedicación. Si tuviéramos que imaginar un futuro utópico en el ámbito rural, la imagen que nos vendría a la cabeza se acercaría mucho a la realidad de Adrià. Esta granja mixta regenerativa, con huerta, pastos, animales y personas, parece un sueño del que no quieres despertarte.
«El actual sistema agroalimentario, tal y como está concebido, es más un problema que una solución», afirma Adrià, al que siempre le ha parecido lógico apostar por un modelo regenerativo, si bien reconoce que es complejo de mantener. El actual Ecomercaderet nació como una idea que posteriormente se materializó en un banco de semillas y la creación de la Asociación Agroecológica de Can Mercaderet (AACM), una entidad que tiene como objetivo promover la agricultura ecológica y de proximidad, a pequeña escala, justa, saludable y beneficiosa tanto para los consumidores como para los agricultores y para el medio ambiente. Creen que es necesario integrar el conocimiento tradicional, que ha sido transmitido a través de generaciones de personas que han trabajado la tierra, con los conocimientos científicos actuales en áreas como la ecología vegetal, la edafología, la fisiología vegetal y las mejoras de variedades y tecnológicas, para adaptar el nuevo campesinado a la sociedad del siglo XXI.
«El actual sistema agroalimentario, tal y como está concebido, es más un problema que una solución» Adrià Solé
La entidad surgió fruto de la amistad entre Adrià, impulsor de Ecomercaderet, y Marc Talavera, presidente del Colectivo Eixarcolant. Ambos se conocieron en la universidad y coincidían en una asociación de alpinismo. Un día decidieron colaborar, preocupados por los problemas derivados de la agricultura intensiva y contaminante, la pérdida de agrodiversidad y el olvido de muchos conocimientos de la cultura campesina. Juntos crearon el banco de semillas de Can Mercaderet y realizaron diversas prospecciones etnobotánicas en la finca. Adrià utilizó estos datos en su trabajo final del Máster de Agricultura Ecológica en la Universidad de Barcelona, mientras que Marc los incorporó en su tesis doctoral sobre plantas silvestres comestibles. En paralelo, Adrià inició el proyecto hortícola con el objetivo de vender los alimentos cultivados en la finca.
La masía tradicional es diversa
La Asociación Agroecológica de Can Mercaderet empezó cultivando hortalizas porque con una superficie pequeña podía ser «medio rentable», recuerda Adrià, que se inició en el oficio de agricultor cultivando una hectárea de huerta de forma ecológica. Asimismo, sembró en los campos de los alrededores cereales antiguos como la pisana, pero la tierra estaba muy empobrecida. «Se había cultivado cebada con pesticidas, se hacía barbecho y se labraba, y la tierra no tenía mucha materia orgánica», rememora. Se preguntó cómo podían regenerar un suelo explotado por la agricultura intensiva. Mejorarlo con camiones de estiércol sería muy caro: lo sabían porque ya lo compraban con certificación ecológica para añadirlo a la huerta. De repente, tuvo una idea: si querían disfrutar de un sistema agrícola sostenible en la finca, debían introducir ganado; en concreto, animales herbívoros.
Con ilusión y curiosidad, investigaron los proyectos ganaderos más innovadores y optaron por criar vacas, ya que esta opción requería menos trabajo que cuidar de otros animales y era viable para su proyecto. Por ejemplo, estudiaron una iniciativa en el País Vasco donde cuatro trabajadoras cuidan dieciocho vacas y producen siete tipos de productos lácteos que comercializan directamente. También estudiaron casos en Menorca, como una granja tradicional con vacas autóctonas que sustenta a varias personas vendiendo los helados que elaboran. En el pueblo gerundense de Les Llosses, conocieron Mas El Lladré, un pequeño proyecto ganadero familiar que funciona con éxito desde 1992, elaborando productos lácteos con la leche de sus propias vacas. Adrià recuerda que, pese a la tendencia actual hacia granjas grandes, ellos querían inspirarse en explotaciones pequeñas: «Y las encontramos», afirma. Han pasado dos años desde la llegada de las primeras terneras a Ecomercaderet y ya están produciendo en su obrador lácteos para una escuela cercana, una actividad que consiguieron legalizar la primavera pasada.
La introducción de las vacas ha mejorado significativamente la fertilidad de la tierra. Actualmente, practican el pasto regenerativo en la finca y cada vez tienen que importar menos estiércol: ahora guardan el que generan sus propios animales durante el año y lo esparcen en invierno. Como resultado, el suelo, que es el alma de los proyectos agrícolas, está cubierto la mayor parte del año; y, además, llevan dos años sin labrarlo. Cuando les preguntamos si han notado los efectos del nuevo enfoque, en seguida mencionan una palabra clave: la resiliencia. Sembrar pastos con alfalfa o esparceta es mucho más resiliente que plantar trigo, ya que estas plantas tienen raíces perennes y pueden resistir aunque no llueva cuando debe hacerlo. Sin embargo, siempre hay cosas que mejorar y les gustaría incrementar la diversificación de los pastos. Mientras Adrià nos enseña el invernadero, oímos el mugido de las vacas.
Se nota que este joven payés disfruta con su trabajo; para él, su forma de entender el oficio tiene toda la lógica. «Me motiva crear una cooperativa donde los trabajadores y los socios están a gusto, trabajan unas jornadas laborales dignas, en un proyecto que produce cantidad y variedad de alimentos y, al mismo tiempo, cerrando el máximo de círculos. Esto me satisface, pero también cuesta», afirma. Adrià quiere asegurar que el equipo pueda hacer turnos los fines de semana y disfrutar de vacaciones.
Si abre el foco más allá de Ecomercaderet, considera que debería caminarse hacia una sociedad que promueva la reducción del consumo, apueste por el decrecimiento y, al mismo tiempo, proteja los servicios básicos, como el acceso al alimentación. A él le mueve un reto: «Quiero demostrar que es posible conseguir una alimentación sostenible y de origen local».
«Me motiva crear una cooperativa donde los trabajadores y los socios están a gusto» Adrià Solé
Las consumidoras de proximidad: la clave de vuelta
En el camino para conseguir la rentabilidad de un agroproyecto, la respuesta de las personas consumidoras es esencial. En Ecomercaderet, se inspiraron en las Asociaciones para el Mantenimiento de la Agricultura Labradora (AMAP) y los proyectos agrícolas apoyados por la comunidad, lo que en inglés se llama «Community Supported Agriculture». En ambas modalidades, los consumidores desempeñan un papel de apoyo activo al campesinado que va más allá del intercambio monetario por las hortalizas que adquieren. En Catalunya también exploraron iniciativas que ofrecen cestas cerradas y pagadas por adelantado. Una vez analizados estos referentes, Adrià apostó por la venta directa a través de cestas. Actualmente, reparten una veintena semanales, aunque la cantidad varía de diez a cincuenta en función de la demanda.
La vía de las cestas era la apuesta inicial, pero actualmente les representa una quinta parte de sus ingresos. En Ecomercaderet consideran que pasar de la teoría a la práctica no ha sido un camino fácil. «Nos cuesta mucho encontrar compromiso», dice. Si bien tienen un grupo fiel de clientes que valora su trabajo y les visita en el mercado de los miércoles y viernes en la Masuca de Igualada, se encuentran con una realidad que dificulta sus esfuerzos: la gente no muestra constancia en sus compras. «Tú intentas planificar el huerto para todo el año y crear una cesta diversa y con variedades locales, pero es habitual que los clientes quieran de lo que tienes poco y no quieran el excedente», se lamenta. Sin embargo, no se dan por vencidos y realizan tareas pedagógicas y de educación ambiental con la clientela del futuro: en la finca reciben regularmente a estudiantes de diversos centros escolares, a quienes acompañan profesores comprometidos.
En cuanto a la red que les rodea, Ecomercaderet se encuentra dentro de los márgenes del Parque Agrario de la Cuenca de Òdena. Esta afiliación les ha abierto oportunidades de subvenciones para productores, así como puntos de venta que incluyen su participación en muestras de alimentos de la zona o lotes de Navidad. Como parte de su colaboración con el parque agrario, asisten a diversas reuniones anuales que les permiten establecer vínculos con otras asociaciones de productores y productoras del territorio.
Comidas públicas y agroecológicas
Adrià se muestra bastante escéptico cuando reflexiona sobre el papel de la Administración pública: «No creen realmente en un cambio de sistema», asegura. Él sugiere que las miles de comidas públicas que cada día financia la Generalitat de Catalunya sean elaboradas con alimentos agroecológicos o locales. Ésta es una de las políticas que cree que podrían marcar la diferencia para el pequeño campesinado. También considera que establecer una renta agraria sería otra medida interesante que implementar.
Su principal queja para sobrevivir como pequeño agricultor es que hoy en día se deben interpretar demasiados papeles: el de payés, comercial, vendedor, administrativo, informático... Y al mismo tiempo intentar hacer pedagogía para explicar la importancia de consumir alimentos de temporada.
Sobre el nuevo Registro de Tierras de Catalunya que pondrá en marcha la Generalitat, Adrià no considera que sea una solución suficientemente efectiva. Este registro tiene como objetivo reducir el abandono de espacios agrarios mediante su inventario y permitiendo la expropiación temporal de tierras sin uso para que se puedan instalar nuevos agricultores. El joven payés considera que la medida implica un peligro, ya que las grandes empresas de la industria alimentaria y los latifundistas podrían continuar con la concentración de tierras.
Además, cree que existen propietarios preocupados por el hecho de que la Administración pueda considerar determinadas prácticas de gestión de la tierra como casos de abandono. «Si de verdad quieren garantizar el uso de la tierra para cultivos, lo primero que deberían hacer es protegerla de los proyectos energéticos especulativos. De lo contrario, no están siendo honestos ni coherentes», concluye.
«Si la Administración quiere garantizar el uso de la tierra para cultivos, lo primero que debería hacer es protegerla de los proyectos energéticos especulativos» Adrià Solé
Ecomercaderet es un proyecto agroecológico con una mirada crítica, donde, además de trabajar con dedicación, buscan una profunda transformación del sistema alimentario, y lo hacen de la mano de la economía social y solidaria. Cuando Adrià piensa en el relevo generacional, ve normal que poca gente quiera dedicarse a la agricultura. «Es una lucha política muy interesante, pero depende de que las instituciones crean en ella, que las personas crean en ella y hagan un cambio cultural. Implica muchos cambios y hacerlos es complicado pero necesario. Si no, ¿qué alternativa tenemos?».
Nos vamos de Santa Margarita de Montbui deseando una larga vida a los proyectos con visiones tan claras y que siguen luchando por un sector primario más sostenible, donde la tierra, la alimentación y la comunidad se conviertan en pilares fundamentales de su futuro.
— Redacción BCN Smart Rural —