En la bodega de Can Morral del Molí, María Font (Ullastrell, 1973) y su familia comparten el hábito de despertarse temprano, cruzar a pie la carretera y ponerse a trabajar en las cepas. Lo hacen con ilusión y sin estrés, ya que para ellos, cultivar la tierra es un proceso artístico y creativo que les permite seguir el ritmo de la naturaleza y proteger el paisaje. María, Xavier y Mariona forman un equipo compenetrado en una finca que, como las de antes, lo tiene todo. Situada entre Abrera y Ullastrell, abarca 54 hectáreas de terreno, de las cuales diez están plantadas con viñedos certificados por el Consejo Catalán de la Producción Agraria Ecológica (CCPAE). Frutales, olivos, huertos y ganado completan el cuadro, con técnicas de agricultura regenerativa y biodinámica. Hace quince años decidieron abrir una bodega para elaborar vino como se hacía en la zona hace siglos. Además, disponen de un espacio de cata en la casa solariega y organizan regularmente visitas guiadas y otras actividades de enoturismo.
Conocer a esta familia es sentir el amor que tienen por su trabajo y por la masía en la que viven. El heredero, Xavier Morral (Can Morral del Molí, 1953), ha estado en contacto con la tierra desde siempre y sigue aplicando los conocimientos que aprendió en el seno de su familia. María Font, su esposa, aunque estudió otra cosa, abrazó esta nueva vida con optimismo y pragmatismo. Su hija, Mariona Morral Font (Terrassa, 1998), es la más joven de la casa; estudió enología y está muy motivada para llevar adelante la empresa.
Los viñedos de Can Morral del Molí, rodeados de bosque, incluyen una variedad de cepas: tempranillo, chardonnay, garnacha tinta, muscat, xarel·lo, sumoll y macabeo. Las cepas, con una antigüedad de entre sesenta y ochenta años, conviven con olivos centenarios, autóctonos de la zona, que producen un aceite muy apreciado por su intenso sabor.
Una finca agrícola con historia
La historia de la finca se remonta a los tiempos de los antepasados de Xavier. Según nos cuenta, el marqués de Voltrera le cedió un extenso terreno al conde de Morrallo a cambio de sueldos, y de ahí proviene el nombre de una masía que, desde hace muchos siglos, ha estado habitada por la misma familia. De generación en generación, los Morral se han dedicado al cultivo de la viña y el olivo. Con el paso del tiempo, no solo han crecido los árboles, sino también su sentimiento de pertenencia y cariño hacia el territorio.
Heredar la finca familiar conllevó una serie de obligaciones y responsabilidades, como mantener la casa y las tierras sin segregarlas, y cuidar de sus padres. De hecho, en la masía vive la madre de Xavier, que ya tiene ciento dos años, y la casa se llena de hermanos y parientes muchos fines de semana.
La familia también juega un papel crucial en la vida de María, quien sufrió la muerte súbita de su padre en un accidente de tractor cuando era muy pequeña. El vacío dejado por la ausencia de su padre fue colmado por su madre y sus abuelos, que la trataron «como una princesa». Creció como hija única, acostumbrada a que le hicieran todo. Cuando llegó el momento de elegir una universidad, optó por estudiar Empresariales, una carrera que en ese momento no parecía estar demasiado relacionada con la tierra. Sin embargo, la vida la llevó a Ullastrell, donde conoció muy bien los valores de su abuelo, un sindicalista que había brindado muchos servicios al campesinado, incluyendo ayudar a muchas mujeres de payés a darse de alta. A pesar de trabajar a diario en el campo, estas mujeres no constaban en ningún registro y no habrían cobrado jubilación si no hubiera sido por las gestiones del abuelo de María.
Un buen día, la princesa conoció al heredero de Can Morral del Molí, viudo y padre de dos hijos, y tras un tiempo se casaron en 1997. Después de un período de ir y venir entre Ullastrell y la casa solariega, decidieron trasladarse a la masía. «Pasé de princesa a campesina y, al hacerlo, me di cuenta de que ser princesa es muy aburrido», dice entre risas.
Como campesina no ha parado y, día tras día, sigue ampliando su lista de aprendizajes. Uno de los primeros fue cocinar: «En casa, quien estaba en la cocina era mi madre, así que yo no sabía ni hacer un huevo frito. Pero ahora me atrevo con todo: ¡preparo pies de cerdo estofados y lo que haga falta!». Otra gran lección adquirida es que el tiempo en el campo no existe. «Si la naturaleza te pide algo, no puedes decir: "Ahora no puedo". ¡Tienes que hacerlo! Hay otras tareas que permiten una mayor flexibilidad y se pueden combinar, pero los cultivos te guían y te dicen cuándo necesitan una intervención específica».
En constante aprendizaje
La hija de María opina lo mismo. «Puede sonar muy poético, pero la naturaleza manda y tú te ajustas a ella», explica Mariona. Para ilustrarlo, comparte experiencias que suelen ocurrir al trabajar la tierra. Por ejemplo, puede que un miércoles quiera cosechar las uvas, pero ese día se produzca una granizada o una tormenta; en ese caso, es evidente que el trabajo debe posponerse hasta un momento más adecuado. También puede suceder que, estando de vacaciones en julio, llegue una ola de calor que haga madurar las uvas antes de tiempo, adelantando la vendimia; en ese caso, debe regresar rápidamente, ya que en la viña falta gente.
Tomarse las cosas del campo con filosofía es tan importante como aceptar que la vida del campesino implica sacrificio. «Cuando las cosas no dependen solo de ti, frustrarte no sirve de mucho. Esto también aplica a la vida personal», reflexiona. A sus veinticuatro años, Mariona tiene claro que ser campesina es un estilo de vida. No para nunca: después de realizar sus estudios en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona y trabajar en otras bodegas de la zona, ha hecho una estancia en Uruguay, donde pudo trabajar en la vendimia.
Creatividad aplicada a la agricultura
Ceñirse a la naturaleza no está reñido con ser creativo. Según Mariona, el secreto está en encontrar un equilibrio entre lo que la naturaleza necesita y lo que ella desea. Por ejemplo, cuando poda un árbol frutal, observa hacia dónde ha crecido el árbol. Aunque corta las ramas necesarias para obtener fruto, deja que el árbol siga su curso sin invadirlo. «Cuando desarrollas este tipo de vínculo con la naturaleza, es espectacular», añade.
Mariona es muy pedagógica y comparte otro ejemplo de creatividad aplicada al campo. Dice que, cuando está frente a una cepa, comienza a proyectar el vino que quiere hacer. Este ejercicio de imaginación inicia el proceso de creación. Es precisamente por esta relación tan estrecha e inventiva con la naturaleza que la vida en el campo no tiene precio para ella. «Me alucina cómo el campesinado crea vida: cultivar es un arte», afirma. De hecho, cada vez que alguien de su entorno le dice que solo los arquitectos o los artistas hacen arte, ella siempre responde lo mismo: «Yo también hago arte. ¡Los agricultores también crean arte!».
«Me alucina cómo el campesinado crea vida: cultivar es un arte» Mariona Morral
De la uva al vino, la creación de la bodega
El optimismo y la determinación de Mariona reflejan la energía que desprende su madre. Cuando Xavier y María llevaban ya unos años casados, comenzaron a cultivar los viñedos de forma ecológica y crearon la bodega. Además de su deseo de hacer cosas nuevas, les motivó una razón práctica: el bajo precio al que se pagaban las uvas les llevó a iniciar su camino en la viticultura. «Siempre ha habido la misma polémica: el precio de la uva no es justo para el payés», nos recuerda María. Ahora elaboran vinos tranquilos de mínima intervención: no los filtran ni clarifican, y permiten que fermenten con su propia levadura, sin añadir sulfitos. También producen vinos espumosos dentro de la Denominación de Origen del Penedès. Para diferenciarse del cava convencional, han entrado en la DO Clàssic Penedès. «Queremos darle más prestigio al producto. Por eso, aseguramos que la uva es ecológica y que el vino tiene un mínimo de dieciocho meses de crianza», explica.
Ser una bodega implica más trabajo que antes. Cuando no eran viticultores, una vez cosechada la uva, la vendían y no se preocupaban hasta la siguiente poda. Ahora, las tareas se multiplican: embotellar, etiquetar, degüellar, etc. De hecho, entrar en la bodega no solo ofrece un disfrute para los sentidos, también activa la mente y recuerda las tareas habituales de un oficio con una larga historia. Poner en marcha la bodega les permitió darse cuenta de que querían acercarse mucho más al cliente final. Para lograrlo, comenzaron a ofrecer visitas guiadas y catas. El enoturismo es su principal apuesta de futuro, ya que, por un lado, les permite evitar intermediarios y vender sus productos directamente, y, por otro, les agradecen el reconocimiento a su trabajo. Para ellos, no tiene precio ver cómo la gente prueba y alaba sus vinos y sentir que aprecian su cuidado del entorno. «Nos encanta que la gente venga y conozca de primera mano cómo trabajamos y de dónde salen los productos que elaboramos», explica María.
Mariona también valora muy positivamente las actividades de enoturismo que organizan en la finca, ya que son una forma de dar a conocer el trabajo del campesinado, a menudo invisibilizado. «Sin el campesinado, nadie podría comer. Pero es un oficio que no se ve», se queja. Cuando un amigo le dice que vive en medio de la nada, ella le responde: «Sigue con esas bromas, pero sin mi trabajo, ¡no podrías vivir!».
«Sin el campesinado, nadie podría comer. Pero es un oficio que no se ve» Mariona Morral
De haber crecido en un entorno como la Bodega de Can Morral del Molí, Mariona ha aprendido mucho, entre ellos, sobre la alimentación de temporada: «En Catalunya, no se hace una ensalada de tomate en invierno. ¡No hay!» afirma. Desde su punto de vista, no tiene sentido que un barco o un avión transporte cerezas a nuestro país para que la gente pueda comerlas fuera de temporada. Ella lo tiene claro: ante la desconexión con la naturaleza que sufren muchas personas consumidoras, es necesario hacer mucha pedagogía. Antes, la agricultura y la ganadería eran el día a día de cada persona en el planeta y la gente sabía qué alimentos proporcionaba la tierra en cada estación. «Ahora, en cambio, hay más confusión. Hay personas que no saben que en primavera llegan los guisantes y en invierno, los brócolis y las coles», reflexiona.
El relevo generacional en el campo
Cuando les preguntamos sobre el relevo generacional, tienen claro que, de los cuatro hijos de Xavier, Mariona es la única que muestra interés en continuar con el proyecto agrícola. Esto no impide que toda la familia ayude en el campo y en la bodega siempre que sea necesario.
María anima a Mariona a dedicarse a la agricultura si es lo que realmente le apasiona. ¡Y parece que le encanta! Cuando madre e hija conversan, comparten ideas cultivadas juntas a lo largo de los años. Para María, el trabajo de payés también es una forma de arte. «¿Qué mejor oficina puedes tener que el huerto o el viñedo? Estar al aire libre, trabajando con tu propio esfuerzo, no tiene precio», argumenta. Aunque durante la vendimia surjan nervios debido a los plazos ajustados o a problemas meteorológicos imprevistos, el balance es muy positivo. Aunque hay momentos de estrés, en general, son personas felices con lo que hacen.
«¿Qué mejor oficina puedes tener que el huerto o el viñedo? Estar al aire libre, trabajando con tu propio esfuerzo, no tiene precio» María Font
Aunque en Can Morral del Molí el relevo agrario no les preocupa, son conscientes de que en muchas otras fincas de la zona representa un obstáculo. Aprecian iniciativas como el Banco de Tierras del Parque Rural del Montserrat, que busca facilitar la incorporación de nuevos campesinos al territorio.
Cuidar los ecosistemas
El dilema de encontrar tierra nunca lo han tenido, ya que heredaron la finca de sus antepasados. Sin embargo, alguna vez consideraron alquilar parcelas a otras personas, aunque finalmente no lo implementaron. En lugar de eso, han acogido a un pastor y su rebaño para que pasten por sus tierras y ayuden a regenerarlas. Todos salen ganando: las ovejas disfrutan de una alimentación de calidad y, a la vez, enriquecen el suelo con su estiércol, beneficiando a las cepas, olivos, huertos y frutales.
Practicar la agricultura regenerativa es una de las medidas que han empezado a implementar para mitigar el impacto del cambio climático. Además de fertilizar la tierra con estiércol, buscan proteger los ecosistemas, por lo que no utilizan herbicidas ni insecticidas. Mariona lo tiene claro: «Si usas un fungicida, no solo matas ese hongo, sino también a otros hongos que pueden ser beneficiosos para ti y para muchos otros animales que conviven en el ecosistema». Reconoce que el campesinado ha alterado este equilibrio natural y simbiótico desde el momento en que se inventó la agricultura, pero, precisamente por eso, intenta intervenir lo menos posible. Su mirada se nubla al pensar en los sistemas agrícolas intensivos y ultramecanizados. «Este camino no es el mío, ni lo será jamás», concluye.
Antes de irse, admiramos la determinación de una familia que se esfuerza por mantener las tradiciones del campesinado mientras transforma lo que no funciona. Para ellos, vivir y trabajar en la bodega de Can Morral del Molí es un camino que les llena de satisfacción y, a pesar del papeleo y las preocupaciones, les compensa. Un camino coherente que esperamos que dure muchos siglos más.
— Redacción BCN Smart Rural —