Maria Font i Lourdes Gómez, De La Maria Eco. PATXI URIZ | DIPUTACIÓ DE BARCELONA
María Rovira y Lourdes Gómez, De La María Eco. PATXI URIZ | DIPUTACIÓN DE BARCELONA

Las payesas que no se rinden

La trayectoria de María Rovira como payesa comenzó hace treinta años, tras la enfermedad de su padre. Asumió las riendas de la finca familiar en el Parque Rural de Montserrat con una ilusión que conserva intacta y que comparte con Lourdes Gómez, otra mujer fuerte y enérgica.

De La María Eco es el nombre de la empresa que dirige María Rovira (Piera, 1952), una campesina que se incorporó al oficio a los cuarenta años, después de haberse desviado hacia una carrera artística. Actualmente, cultiva huerta ecológica, fruta dulce, olivos y viñedos biodinámicos en una finca situada en Piera, en el corazón del Parque Rural del Montserrat, y ccombina esta labor con dos actividades más: como sindicalista en la Unión de Agricultores de Catalunya, actuando por principios, y como abuela, por amor y voluntad propia. En total, tiene seis hectáreas: dos dedicadas a huerta, media a viñedo, y el resto a frutales y olivos. María cuida y cultiva la finca junto a Lourdes Gómez (San Pedro de Riudebitlles, 1975), quien lleva cuatro años trabajando con ella y a quien la tierra aporta salud física y mental. Ambas destacan por realizar prácticas agrícolas tranquilas para alimentar a la ciudadanía en lugar de buscar lucro.

María es una luchadora que ha tenido que demostrar no solo que podía ser campesina, sino que podía hacerlo con excelencia. Con una especial sensibilidad hacia la tierra, le encanta probar cosas nuevas, y en 2005 recibió un importante reconocimiento cuando la Generalitat de Catalunya le otorgó la Cruz de Sant Jordi.

La cabeza de María está siempre llena de proyectos y constantemente se reinventa. «Me gusta empezar proyectos; es una manera de fer», confiesa esta campesina que estudió Interiorismo cuando era joven. Ahora, con setenta años, espera vivir hasta los cien y se pregunta hacia dónde la llevará la vida. Al escuchar sobre personas que se jubilan y se sienten perdidas, ella queda sorprendida. «A los sesenta años cambié mi explotación como si la girara como un calcetín», dice. Veinte años después de incorporarse al campesinado, decidió pasarse a la agricultura ecológica y cambiar el manejo de los frutales y la huerta. Su pasión actual es la biodinámica, que ha comenzado a aplicar en el viñedo junto a Lourdes.

 

El recuerdo de los viñedos

La relación de María con la tierra se remonta a su infancia, cuando corría detrás de su padre para cosechar uvas. A pesar de vivir en un pueblo, uno de sus mayores orgullos fue que pudo estudiar gracias a que su madre tenía claro que las niñas debían formarse igual que los niños. En lugar de apuntarla a las tradicionales clases de costura, la animó a estudiar lo que le gustara. Aunque la carrera de Enfermería le atraía, y le dijeron que eso era «fer de criada de los médicos», decidió estudiar Arte y Diseño en la Escuela Massana de Barcelona. Recuerda aquellos años de rebeldía y manifestaciones estudiantiles con una carcajada: «Era una buena época, porque veías muchas cosas, pero no era lo de estudiar cada día».

Enseguida encontró trabajo y, después de un tiempo, se mudó a Mallorca, que le gustaba más que Barcelona, aunque echaba de menos los viñedos del Anoia y el Alt Penedès. Por eso, cuando volvía a visitar a la familia, siempre buscaba la oportunidad de ayudar en la cosecha de aceitunas o en otras tareas del campo. También pintaba cuadros de flores secas, que tenían mucho éxito. De hecho, nunca ha podido ganar tanto dinero como en los primeros años de su trayectoria laboral. Y vuelve a reír: «Cuando algo me va bien, dejo de hacerlo, ¡ja, ja, ja!».

Cuando su padre enfermó, alguien debía hacerse cargo de la finca agrícola familiar en el barrio pierense de La Fortesa. «En teoría le tocaba a mi hermano, que era el heredero, aunque fuera más pequeño que yo y no le interesara en absoluto», se lamenta. Por suerte, él ya tenía otro trabajo, así que María pudo tomar las riendas del campo. En sus inicios, sus primos le ayudaron un poco, ya que en la década de los noventa no era común que una mujer liderara un proyecto agrícola. Su marido, Joan, también le ayudó en ese momento y a lo largo de los años, aunque él siempre ha tenido su propio trabajo. La cabeza del proyecto siempre ha sido María.

Ella, que viene de una familia campesina, recomienda a las personas que quieran iniciar un proyecto agrario que adquieran experiencia trabajando en otros lugares antes de emprender. «Ver mundo me permitió montar una empresa, porque aunque seamos payesas en una explotación familiar, debemos planteárnoslo como un negocio, porque, si no, no hay futuro», explica.

 

«Aunque seamos payesas en una explotación familiar, debemos planteárnoslo como un negocio, porque, si no, no hay futuro» María Rovira
 

La transición ecológica

María, al principio, se centró en el cultivo de la huerta y, más tarde, añadió el manejo de la viña y los frutales de la finca: melocotoneros, cerezos y albaricoqueros. No fue hasta unos años después que decidió convertir su cultivo a la agricultura ecológica.

La transición de un proyecto agrícola convencional a uno ecológico no es sencilla, pero María se lanzó de lleno, ya que el mercado había cambiado mucho desde que comenzó su carrera como campesina. Al principio, iba a Mercabarna y todo funcionaba bien. Sin embargo, cuando la fruta y las hortalizas de otros orígenes empezaron a llegar antes que las suyas, decidió cambiar de rumbo. «Si quiero seguir trabajando como campesina, o cambio o me irá mal», se advirtió a sí misma. Así que, en lugar de continuar con los métodos tradicionales de su padre, abrió la mirada a los nuevos horizontes de la producción integrada para la fruta y ecológica para la huerta. En cuanto a la comercialización, también realizó algunos cambios. Durante un tiempo vendió sus productos en el mercado de Sant Sadurní d'Anoia, pero hace unos cuatro años decidió apostar por los pedidos semanales de particulares. Para ello, habilitó una bodega familiar como tienda. Este punto de venta directa abre los viernes por la tarde y los sábados por la mañana, permitiéndole comercializar tanto alimentos al por menor como preparar las cincuenta cestas que distribuye cada semana. También realiza algunos pedidos a domicilio, pero siempre en la zona: «Si tienes que empezar a moverte a repartir, el producto deja de ser ecológico», explica María.

 

«Si tienes que empezar a moverte a repartir, el producto deja de ser ecológico» María Rovira
 

En esta fase, Lourdes, otra mujer valiente nacida cerca de La Fortesa, empezó a trabajar con ella. Aunque sus abuelos se habían dedicado al campesinado y en su hogar siempre había huerto y ganado pequeño, sus padres eligieron otro camino. De hecho, los inicios profesionales de Lourdes estuvieron muy alejados del campo. Después de estudiar Administración, trabajó muchos años en una clínica dental y en una pastelería, y no fue hasta 2018 que encontró su lugar en De La Maria Eco. Ahora que lleva un tiempo dedicada al cultivo de la tierra, su padre a veces le hace algún comentario burlón: «Siempre te he dicho que me ayudaras a arrancar hierba en el huerto y nunca has venido. Ahora, en cambio, te haces payesa», le reprocha con sorna.

 

Un equipo bien avenido

Lourdes trabaja en tándem con María y también se encarga de la preparación de las cestas. Para ella, el trabajo en el campo es más una terapia que un empleo, ya que encuentra que tiene «ese punto de libertad que psicológicamente es muy bueno». A pesar de las picaduras de los insectos, el frío en invierno y el calor en verano, le gusta estar siempre al aire libre. Valora mucho las tareas en el campo, especialmente cuando las compara con el mundo actual: «En el huerto se para un poco y se desconecta del ritmo tan rápido de la vida moderna. Aprender a observar tu alrededor es muy satisfactorio». Al mismo tiempo, aprecia que no todo es soledad y naturaleza: cuando reciben a los clientes, el trabajo se vuelve social; incluso ofrecen una copa de cava a las consumidoras, y tanto ella como María disfrutan de estos momentos. De hecho, María tiene ganas de poner en marcha un proyecto gastronómico en la bodega que ya lleva tiempo pensando: le gustaría ofrecer talleres de cocina y enseñar cosas tan variadas como qué preparar con determinadas hortalizas, cómo cocer correctamente las legumbres o cómo aprovechar los alimentos que están a punto de estropearse. ¡Proyectos y más proyectos! «Es muy bonito y bucólico estar en el campo o tomar una copa de cava, pero después tenemos que pensar con la cabeza», sentencia María.

 

«En el huerto se para un poco y se desconecta del ritmo tan rápido de la vida moderna. Aprender a observar tu alrededor es muy satisfactorio» Lourdes Gómez
 

Aunque actualmente en La Fortesa se centran principalmente en la huerta y los frutales, María también cultiva de manera biodinámica media hectárea de viñedo y pronto plantará más olivos. En total, tiene seis hectáreas que dan mucho de sí: «Como sucede con muchas mujeres, la finca que tengo es pequeña. ¡Pero, sin embargo, alimento a mucha gente!», explica.

Hablar con María Rovira siempre lleva a tocar el tema del feminismo. De hecho, en 2005 recibió la Cruz de Sant Jordi, otorgada por la Generalitat de Catalunya, como reconocimiento a su lucha y a la contribución social y económica de las mujeres al desarrollo rural. Además de su trabajo en el sector primario, también se valoró su papel como sindicalista. Recuerda que antes de la ceremonia de entrega estuvo insistiendo en que no la llamaran agricultora: «¡Yo soy pagesa!». Aún sonríe al recordar el vídeo del acto y ver cómo el presentador se equivoca al llamarla «pagesa».

Aunque María siempre ha estado muy activa en la lucha sindical y llegó a ser responsable de Política Territorial de la Comisión Permanente Nacional de la Unión de Labradores, admite que últimamente ha disminuido un poco el ritmo, ya que el trabajo en el campo es intenso y a veces no tiene ganas de trabajar. Sin embargo, sigue siendo la actual responsable de Urbanismo y Paisaje. Y no es la única mujer en el sindicato; de hecho, una compañera le comentó que hay unas cuatro mil mujeres en la Unión de Agricultores, un dato que la maravilló.

 

En el campo y en casa: disciplina y límites

Otra ocupación de María es la de abuela: dos días a la semana va a buscar a sus dos nietos a la escuela y comen juntos. Le gusta hacerlo porque así puede verlos más a menudo. ¡Ya le queda lejos la crianza de su hijo! Lourdes, en cambio, todavía se encarga de su hija adolescente, a quien cría junto a su expareja. Conciliar la vida profesional y personal no siempre es sencillo, y hacer valorar el trabajo de campesina tampoco lo es. Lourdes tuvo que recordar al padre de su hija que, aunque él tuviera un cargo en una empresa, su trabajo también era importante y no podía encargarse de los cuidados de su hija en cualquier momento. «Lo frené enseguida, porque no me daba la gana que considerase que mi trabajo era menos importante y que tuviera que ser yo quien dejara de plantar las lechugas. Si una semana él tenía una reunión importante, ¡tenía que organizarse!», exclama.

María añade que, para poder trabajar en el campo y al mismo tiempo en casa, debe ser disciplinada con los horarios. Su marido, Joan, siempre ha participado mucho en las tareas del hogar, ya que ella viajaba y se encargaba del hijo, pero ahora que se han hecho mayores y viven solos, debe estar alerta. Aunque Joan ya tiene otro oficio, a veces el vecindario le pregunta sobre la finca (si han utilizado sulfatos, por ejemplo), y él responde que la campesina es María. Siempre recordará un día en que fue a comprar un tractor acompañada por su hijo, quien la había recogido en la estación. María se quedó sorprendida al darse cuenta de que solo hablaban con él sobre el nuevo vehículo.

Aceleradas con este tema, Lourdes y María mencionan dos hechos que las han marcado. Lourdes rememora unas jornadas de igualdad a las que asistió y en las que se discutió por qué los jornales de los hombres del campo se alargaban tanto. «Me di cuenta de que si llegaban a las once de la noche era porque sabían que la mujer había cuidado de los niños y tenía la cena hecha», dice. Por su parte, María destaca la gran satisfacción de haber conocido a las payesas del libro "Conversaciones a pie de viña. 50 viticultoras del Penedés". Su finca también se incluye en el libro y, a raíz de la publicación, las protagonistas se mantienen en contacto por chat, se apoyan mutuamente y cierran filas.

Ante la pregunta de si más payesas jóvenes pueden seguir su ejemplo, Lourdes afirma que sí, pero que primero deben «creer que pueden liderar una empresa agraria». También considera que las mujeres tienen una conexión especial con la tierra, una cualidad que observa cada día en María: «A la hora de experimentar, trabajar y observar, ella tiene ese punto de sensibilidad, de apertura, que es propio de muchas mujeres». Además, considera muy importante saber organizarse: si una tarea requiere más tiempo porque es pesada, así se programa; y si una tarea es tan pesada que requiere la ayuda de otra persona, así se solicita.

 

«Las payesas jóvenes deben creer que pueden liderar una empresa agraria» Lourdes Gómez
 

Sin embargo, el oficio del campesinado también les obliga a afrontar retos complicados, y uno de los que más les ha enfadado últimamente es la sobrepoblación de jabalíes. Recientemente, los animales entraron en el huerto al día siguiente de haber plantado y levantaron la tierra. «He estado casi un mes sin ir al huerto», recuerda María, enfadada. Los jabalíes también arrancaron los palos de hierro que ayudan a sostener el pastor eléctrico. Y no es la primera vez que sufren los destrozos causados por estos mamíferos. El año pasado, poco antes de comenzar la vendimia, los jabalíes accedieron a la viña, a pesar de tenerla protegida con cercados, y en una noche se comieron parte de las uvas.

 

Un buen relevo para un nuevo campesinado

La finca de María está dentro del perímetro de protección del Parque Rural del Montserrat. Como le preocupa mucho la falta de relevo generacional en el campo, asistió encantada a la presentación del nuevo banco de tierras. Es consciente de que grandes empresas hacen ofertas de compra a los campesinos a punto de jubilarse y, de hecho, años atrás a ella misma le hicieron una propuesta que rechazó con rabia, porque su visión del campesinado es radicalmente opuesta. En cambio, entiende que los bancos de tierras son una herramienta que puede facilitar la entrada de personas jóvenes en el sector y detener la desaparición constante de fincas agrícolas medianas y pequeñas. Además de esta herramienta, la sindicalista cree que debería establecerse una renta mínima para los nuevos campesinos que inician proyectos, ya que al principio la inversión es muy fuerte. También considera que los alquileres de cinco y diez años son demasiado cortos, porque cuando la empresa empieza a funcionar, pueden echar a la persona, como le ocurrió a un joven que conoce. Éste había conseguido veinte hectáreas y, de repente, le dijeron que ya no le podían seguir alquilando. «Esto ocurre muchas veces porque al hijo de la casa le hace gracia jugar a ser campesino. Y es un problema, porque los negocios del campo necesitan estabilidad», aclara.

Ella lo tuvo más fácil: al menos tenía la tierra, un tractor viejo que aún servía y una red de riego. Sin embargo, el camino no ha sido llano y empatiza con los jóvenes que quieren iniciar un proyecto agrario. Sin ir más lejos, cuando le pedimos su opinión sobre cómo abordar el relevo generacional en el campo, María apunta dos requisitos que debería cumplir cualquier persona interesada: primero, debe gustarle mucho trabajar en el campo, porque el campesinado es un trabajo vocacional; y, en segundo lugar, debe tener bien estudiado su proyecto de empresa y tener en cuenta que, para llevarlo adelante, es necesario invertir en estiércol, maquinaria, etc. Asimismo, recomienda al nuevo campesinado formarse constantemente para estar al día con las novedades relacionadas con el manejo agrícola. Como ejemplo, menciona la media hectárea de viñedo que se quedó como testigo de lo que había sido la finca de sus ancestros y que cultiva de forma biodinámica. Hacerlo requiere precisión y seguir estrictamente las indicaciones del técnico que elabora los preparados que se incorporan a la tierra. «A las tres en punto comienza y debe terminar exactamente a la hora», les avisa. Para no fallar, Lourdes emplea un temporizador. ¡Matemáticas puras! Y lo mismo con la poda: la escrupulosidad es tan importante que María ha vuelto a utilizar tijeras manuales. Formarse ha sido una constante en la trayectoria profesional de María, y la pandemia lo ha facilitado gracias al impulso del entorno digital: antes le molestaba no poder asistir a cursos porque no tenía tiempo o porque, entre terminar los trabajos en el campo, ordenar y ducharse, no llegaba; pero ahora, muchas sesiones se realizan online.

 

Cultivar de forma natural y tranquila

En esta finca, cultivar de manera ecológica y biodinámica es una declaración de intenciones que María materializa a través de un manejo y unos ritmos tranquilos: «Cuando empezamos a plantar tomates, vamos haciendo... Y si los tenemos más tarde, no pasa nada». El abono químico hace tiempo que quedó atrás, y riegan muy poco y solo por decantación, evitando así el uso de motores. Además, cuidan especialmente los embalajes de las hortalizas para minimizar el impacto ambiental.

Cuando, antes de dejar el campo, les preguntamos qué es para ellas una buena vida, las respuestas fluyen con la rapidez y la impetuosidad de un torrente. Mientras Lourdes considera imprescindible gozar de paz mental, disfrutar de lo que haces y recibir un sueldo digno por tu trabajo, María aspira a ser creativa. Lo que más la hace feliz es pensar en nuevos proyectos derivados de la finca, reinventarse y llevarlos a la práctica.

En un vecindario pequeño que observa con discreción la llegada de los nuevos residentes, encontrar a dos campesinas valientes que no se rinden es motivo de admiración.

 

— Redacción BCN Smart Rural —

Maria Rovira, De La Maria Eco. PATXI URIZ | DIPUTACIÓ DE BARCELONA
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