Alba Casasayas, pagesa de Les Arnaules. BAS| DIPUTACIÓ DE BARCELONA
Alba Casasayas, payesa de Les Arnaules. BAS| DIPUTACIÓN DE BARCELONA

Alba Casasayas: «Trabajando aprendes que la tierra, si la cuidas, te lo da todo»

Les Arnaules es una empresa hortícola familiar situada en el barrio manresano de Viladordis. Una de sus integrantes, Alba Casasayas, se ha incorporado a la actividad productiva hace cuatro años y combina con mucha pasión el trabajo de la tierra y el deporte.

Alba Casasayas es una joven payesa y deportista con una fuerte convicción para continuar el legado agrario de la familia. Siempre ha mamado tierra, pero desde hace cuatro años trabaja a tiempo completo entre campos e invernaderos. El agua, en cambio, es uno de los medios en los que vive su pasión por el deporte. La finca de Les Arnaules, cuyo nombre proviene de un puente natural de roca caliza muy cercano, está situada en el barrio manresano de Viladordis y abarca 110 hectáreas que se reparten de forma irregular: tienen unas 10 hectáreas dedicadas a la huerta, entre 15 y 20 hectáreas de cereales y el resto es bosque. Además, tienen una pequeña granja de cerdos de engorde, un rebaño de ovejas y unas cuantas gallinas para el autoconsumo. Es una familia trabajadora que, para hacer frente a las adversidades, ha tenido que aprender a ser resiliente: antiguamente sufrieron varias expropiaciones en las tierras de los abuelos y el pasado verano recibieron el impacto del virulento incendio del Pont de Vilomara. El fuego arrasó olivos y frutales de gran valor. De hecho, el padre de Alba, Enric, se quedó en la finca para defender lo que pudiera, pese al peligro.

No es ningún secreto que el apoyo de la familia constituye un pilar fundamental del éxito de Les Arnaules. Para sacar adelante la empresa, están Alba, sus padres y un tío, además de tres trabajadores que son clave para garantizar la producción agrícola. Llevan catorce años participando en los mercados semanales de Manresa, donde son muy conocidos por recuperar variedades autóctonas del Bages y, de un tiempo a esta parte, también venden en la tienda de la propia finca.

El deporte es un puntal imprescindible para la familia: los hermanos de Alba hacían waterpolo, una actividad que ella practicó durante once años. Ahora se dedica al triatlón, otra de sus pasiones. Está claro que la energía no le falta a esta manresana de veintisiete años.

 


 

¿Cuál es la historia payesa de tu familia? ¿Cómo fueron los inicios de Les Arnaules?

Cuando mi padre tenía unos dieciséis años, mi abuelo compró la finca, unos terrenos que años atrás habían sido viñedos. Mi familia había sufrido varias expropiaciones y por eso vino aquí. La casa de Les Arnaules era la última finca que les quedaba a la familia de la Casa de la Culla, originaria de Barcelona. En la casa principal es donde ahora se encuentra la Denominación de Origen Pla de Bages. Mi abuelo tenía amistad con ellos, y por eso pudo acceder al lugar en el que estamos. Hace cincuenta años, cuando la compraron, en la finca no había ni agua, ni luz, ni un cobertizo, ni un trozo plano, ni un bancal; no había nada. Ahora, para obtener el agua, usamos la acequia. Mi abuelo, por tanto, empezó de cero: un año allanaba campos, otro año construyó los corrales de los cerdos, y así fue haciendo. Nosotros, los hijos de mi padre, nacimos en otra casa, en Santa Clara, justo enfrente del Hospital San Juan de Dios de Manresa. Pero ahora ya estamos aquí.

 

La finca no tenía nada y ahora tiene de todo: invernaderos, edificios, corrales, la tienda…

Sí, mi familia lo ha ido construyendo durante cincuenta años, paso a paso.

 

¿Cómo trabajaba tu abuelo?

Mi abuelo empezó vendiendo huevos, carne de ternera, pollos, verdura, etc., por los hospitales y clínicas de Manresa. Al cabo de un tiempo añadimos las grandes superficies, como Carrefour, y después ampliamos la red a más puntos de venta de Barcelona, Terrassa, Manresa... Mi padre, con dieciocho años, y su hermano empezaron a repartir verdura en Barcelona y lo hicieron durante veinticinco años. Mi padre siempre recuerda que, en esa época, decir que eras payés no tenía prestigio. En cambio, repartir en Barcelona era ya otra cosa.

 

La percepción del oficio de agricultor ha empezado a cambiar y ahora es mucho más positiva. ¿Compartes esta visión?

Sí, es cierto. Cuando yo tenía quince años decía que venía de familia payesa con la boca pequeña, pero ahora ha cambiado y lo digo en positivo. Cuando creces te vas dando cuenta de todo lo que comporta el oficio.

 

Después de la pandemia de la Covid-19, ¿crees que ha crecido este reconocimiento?

Sí, totalmente. Y ahora también encuentras a muchos más agricultores y agricultoras jóvenes. Yo, por ejemplo, no hace tantos años que me muevo en ese mundo. De alguna forma he estado siempre, pero no me dedicaba al campo con plenitud. Cuando encuentras más gente de tu generación y te das apoyo mutuo, todo es más fácil.

 

«Cuando encuentras más gente de tu generación y te das apoyo mutuo, todo es más fácil» Alba Casasayas

 

¿Tus círculos de amistades y conocidos entienden tu trabajo?

Mira, te pondré un ejemplo. El otro día hicimos una cena y había ganaderos de vacas. Yo hablaba con una chica que tenía veinticuatro años y me decía que era muy difícil encontrar a otra persona que entendiera su trabajo, que lo comprendiese. Ella es payesa y cazadora. «¡Es que me toman por loca!», me dijo. Y yo le respondí: «Yo soy payesa y deportista». Y nos dimos un hartón de reir.

 

¿Cómo fue tu proceso de incorporación a la finca familiar como trabajadora a tiempo completo?

Entré hace cuatro años. Antes trabajaba de administrativa en otra empresa y aquí estaba mi hermano, que seguía con el negocio. Pero cuando él lo dejó, entré yo. Durante unos meses intenté compaginar ambos trabajos, pero el cuerpo me dijo que no, que era imposible. ¡Piensa que también seguía con el deporte! Combinaba tres ocupaciones (la tierra, la empresa y el deporte), pero lo cierto es que no hacía ninguna bien. Mi cuerpo dijo que ya tenía bastante justamente cuando habían operado a mi padre, así que decidí apostar por la finca. Ahora hago de todo. En ese momento, a mis veintitrés años, debía actuar: no podía pensar en qué quería hacer y en qué no. A esa edad era muy complicado decidir mi futuro. Mi padre es mayor, en la finca no había nadie que siguiera con la actividad y había que tomar una decisión.

 

Ahora que han pasado unos años, ¿qué piensas de esa decisión?

Fue la correcta. ¡Ellos salieron adelante con expropiaciones y lucharon mucho! Ahora me toca a mí tomar el relevo e ir pensando qué innovo, si cambio algo del proyecto, etc. Por ejemplo: cuando yo entré, abrimos la tienda en la finca, de lunes a viernes, dos horas por la tarde. ¡Estamos muy contentos y nos funciona bien!

 

¿Ha cambiado la filosofía de Les Arnaules a lo largo de los años?

A grandes rasgos, no. Pero en lo que se refiere a la comercialización, sí. Ahora sólo comercializamos en nuestra propia tienda y en tres mercados semanales de Manresa: el miércoles en la plaza de las Ocas, el viernes en la barriada de la Mion y el sábado en la plaza Mayor. Tenemos la suerte de ir a vender a diez minutos de la cama y de no tener intermediarios. Ya no distribuimos al por mayor y todo lo vendemos de manera directa. Cuanto más te alejas de intermediarios, mejor.

 

«Tenemos la suerte de ir a vender a diez minutos de la cama y de no tener intermediarios» Alba Casasayas

 

En vuestro trabajo en la huerta, os esforzáis por preservar variedades locales. ¿Cuáles son las que más gustan en el mercado?

Por ejemplo, cultivamos el tomate espalda verde ¡de una semilla que ya guardaba mi abuelo! Hace muchos años que la conservamos. La col verde manresana también la hemos cultivado siempre en casa. Y la berenjena blanca la recuperamos hace unos años con la colaboración del Món Sant Benet de la Fundación Alícia. Fue justo cuando empezábamos los mercados y nos fue muy bien tener variedades locales para darnos a conocer.

 

Ahora que ya tienes algo de perspectiva, ¿qué es lo que has aprendido en la finca?

Trabajando aprendes que la tierra, si la cuidas, te lo da todo. Sólo tienes que cuidarla. Y hay que estar, claro, no fallar. ¡Ja, ja, ja!

 

¿Qué planes de futuro tiene para el proyecto?

Continuar lo que estamos haciendo en la finca y recuperar todo lo que ha quedado dañado por el incendio. Será un proceso lento, pero debemos trabajar para conseguirlo. Antes del incendio teníamos fruta. ¡Cuesta mucho encontrar fruta recién cosechada, madura y en su punto! Ahora la fruta viene en cajas de paletas, la traen de fuera; y aquí, en cambio, la podíamos producir localmente. Nuestra fruta es más ecológica que la que viene de la otra punta del mundo.

 

A grandes rasgos, ¿cuáles crees que son los principales problemas de acceso a la tierra que se encuentran las personas jóvenes que no proceden de familia payesa?

Si una persona no tiene tierras, no puede hacer nada. Es complicado encontrar un sitio y dedicarse a la actividad agraria. Si no partes de una base importante, no podrás salir adelante. De un huerto no vives: debes tener un buen trozo y dedicarte a él. Si existe un banco de tierras es diferente, porque al menos existe un recurso…

 

«Es complicado encontrar a alguien que quiera entregar lo suyo a un desconocido. Pero, por supuesto, hay que confiar en las personas si no quieres perderlo todo» Alba Casasayas

 

Tú vienes de familia campesina y tenéis un proyecto bastante grande. ¿Cómo os repartís el trabajo?

Mi tío cuida de los trámites de papeles, de los cerdos que criamos y de ir a repartir. Y nosotros, del campo: mi padre se ocupa de plantar y del tractor, y yo y mi madre de cosechar y de ir a vender. Entre todos hacemos un equipo. Hasta hace dos años teníamos vacas y campos de pasto y forraje, pero ahora el cereal lo lleva otra persona para nosotros.

 

En vuestro caso, a pesar de los retos del día a día, el relevo generacional está asegurado. ¿Qué propondrías para fomentar el traspaso de otras fincas que no tienen quien las siga trabajando?

Ayudar a las personas que comienzan es clave. Hay muchas masías que no tienen a nadie que pueda continuar la actividad agraria, pero también hay que decir que hay gente mayor que no quiere dar el relevo a según quién. Es complicado encontrar a alguien que quiera entregar lo suyo a un desconocido. Pero, por supuesto, hay que confiar en las personas si no quieres perderlo todo. Actualmente, vemos más masías abandonadas que cuidadas. También hay gente que las compra para dedicarse al turismo rural.

 

¿Cómo es el día a día en un mercado semanal?

Te levantas temprano y montas la parada. Durante toda la mañana atiendes a tu clientela. Llevamos quince años en mercados y hay clientes que los tenemos desde el primer día y no fallan. Y si no pueden venir, casi piden perdón. Tenemos suerte de tener una clientela muy fija.

 

Si miras el proyecto en su globalidad, ¿qué retos afrontáis?

Nos gustaría volver a tener vacas, pero aparte de que es mucha dedicación, la época de sequía que estamos pasando no ayuda, porque no hay agua ni comida suficiente para ellas. Mi objetivo es volver a tener vacas, porque siempre las hemos criado en casa y yo las echo de menos.

 

Eres triatleta y fuiste jugadora de waterpolo durante muchos años. ¿De dónde te viene esta pasión por el deporte?

En casa, mis hermanos ya hacían waterpolo: primero mi hermano mayor y después mi hermana. Desde pequeños, hemos ido mucho a la piscina y a los cursillos. Yo durante unos años hice natación, y cuando tenía poco más de diez años me pasé al waterpolo. Jugué durante once años en el equipo del Manresa. En mi vida, ¡el deporte siempre ha estado presente! De hecho, en casa siempre hemos estado ligados al mundo deportivo. Tanto los estudios como mi anterior trabajo siempre los compaginé con el deporte. Como hemos crecido así todos los hermanos, me parece extraño que haya gente que no hace ningún deporte. Yo lo necesito. Cuando estás haciendo deporte te sale la motivación, la competitividad… Y debes saber que soy muy competitiva, ¡ja, ja, ja! El deporte te enseña muchos valores: pertenecer a un equipo y el espíritu de superación, por ejemplo.

 

Ahora, haces triatlón. ¿Cómo combinas el deporte y la agricultura?

Entreno para triatleta, pero debes dedicarle muchas horas… Yo voy a nadar dos días a la semana a las seis de la mañana y ya me toman por loca. Pero tengo que hacerlo: ¡en la vida todo no debe ser trabajar! De hecho, me gustaría entrenar cada día, pero no puedo: mi cuerpo me pide que pare porque ya acumulo el trabajo de payés. Y yo le hago caso.

 

¿El deporte te ayuda para seguir trabajando en la tierra?

¡Por supuesto! Me da salud mental y me ayuda a saber cuándo tengo que parar, porque si no el trabajo nunca lo acabaría. Me permite saber separar una cosa de otra y disfrutar de mis momentos. Mi familia sabe que el domingo para mí es sagrado: que yo voy en bici, por ejemplo. Mis tiempos de entrenar son importantes. Sí que hay épocas que son una excepción, por supuesto: como en verano cuando hay que cosechar en la huerta. Esto ya lo sé y, por supuesto, no me representa ningún problema.

 

¿Crees que vives una buena vida?

Sí, no la dejaría por nada del mundo. Creo que vivo bien.

 

 

El aprecio de la familia está muy presente en tu día a día, ¿verdad?

Yo recuerdo cómo luchó mi abuelo por estas tierras, después mi padre. Perderlas sería muy duro a nivel sentimental. Si unos han luchado por ellas, ¿por qué echarlas a perder si puedes continuar?

 

Por último, una pregunta gastronómica. ¿Compartirías un recuerdo de comida que te haya marcado?

Toda la vida hemos comido con los ingredientes que producíamos en casa, tanto la carne como las hortalizas. Siempre hemos hecho matanza del cerdo. Mi abuelo tenía terneras, pollos, verdura, huevos, cerdo… Y todo era de casa.

 

— Redacción BCN Smart Rural —

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