Paloma Fuentes
Paloma Fuentes, La Datzira. PATXI URIZ | DIPUTACIÓN DE BARCELONA

Paloma Fuentes: «Opté por esta vida para ser más libre»

El Mas La Datzira, en el valle de Marfà de Castellcir, acoge una iniciativa agrícola y ganadera transformadora. Sus impulsores llegaron de Barcelona y de Granollers y llevan dos décadas viviendo de la tierra.

El tintineo de los cencerros de las cabras rompe el silencio que reina en el valle de Marfà, en el Moianès, un lugar apartado y bonito donde hace casi veinte años se instalaron un grupo de agricultores y agricultoras soñadores. Mas La Datzira los acogió con tierras y agua, pero también con un inconveniente importante: la casa, situada junto a un antiguo molino, estaba en ruinas. Los primeros tiempos tuvieron que dedicarse a ponerla en pie para asegurarse una necesidad básica como es la vivienda. Después ya pudieron ponerse a trabajar las tierras y hacerlas aptas para el cultivo de alimentos. Una vez alcanzada la meta del autoabastecimiento, consiguieron la certificación del Consejo Catalán de la Producción Agraria Ecológica (CCPAE). Hoy tienen huerto e invernaderos, encinas microrizadas de trufa y un pequeño rebaño de treinta y tres cabras y un chivo que, siempre que pueden, comen libremente por los bosques de alrededor y un campo de pastos permanentes. En total, 42 hectáreas de paraíso.

Paloma Fuentes (Sabadell, 1965) es una de las almas de la Asociación Para el Desarrollo Humano Sostenible La Datzira Kf, una entidad de la que forman parte el grupo de consumo del Casal de Ca l'Isidret y la Cooperativa La Unió del Ateneo Popular La Flor de Maig, dos proyectos de alimentación ecológica situados en el barrio del Poblenou de Barcelona. Sus asociados contribuyen periódicamente a las labores del campo y elaboran conservas, quesos, pan y otros productos de calidad con los regalos que les dan la tierra y el ganado. Sin embargo, dos amenazas les preocupan desde hace un tiempo: la sequía estructural que asola Catalunya y el retorno de los lobos, que han causado estragos en el rebaño.

 


 

Paloma, ¿cómo empieza tu aventura de vivir y trabajar en el campo?

Yo no vengo de familia campesina. Soy de Barcelona y estudié Antropología, una disciplina que nada tiene que ver con el sector. En 1992, con los Juegos Olímpicos, necesitaba marcharme de la ciudad y quería ir al campo y vivir de la tierra. Así que, primero, un grupo de personas estuvimos un tiempo en el Ripollès y, después, nos fuimos al Berguedà, donde decidimos dedicarnos profesionalmente a la agricultura. Vivíamos a 1.400 metros de altura y cultivábamos mucha patata y huerta de verano. En 1999 ya nos inscribimos en el registro del CCPAE.

 

¿Tienes algún recuerdo de pequeña que pueda relacionarse con tu deseo de vivir en el campo?

La naturaleza siempre me marcó y, de hecho, cuando me fui de Barcelona era por la necesidad que sentía de vivir en el medio natural. ¡No podía aguantar tanto cemento! La idea más clara que me guiaba era que en el campo podría cultivar mis propios alimentos, tener animales y apostar por el decrecimiento. Me pregunté qué era lo básico que necesitaba para vivir y tiré por el camino de la respuesta: un lugar con vivienda y acceso a la comida.

 

Dices que, después del Ripollès, os fuisteis al Berguedà. ¿Qué os impulsó a cambiar de nuevo de espacio?

Tuvimos que dejar el Berguedà porque no teníamos tierras suficientes y este hecho nos obligaba a alquilar otras muy lejos de la masía donde vivíamos. Cuando no eres de familia de agricultores, encontrar fincas es muy complicado. Tampoco disponíamos de agua. Y, además, nosotros queríamos cultivar la máxima variedad de alimentos y producir en ecológico, y no queríamos poner ninguna empresa de por medio. De hecho, en el Berguedà nos habíamos juntado con otros dos productores para ofrecer cestas de verdura y, junto con ellos, habíamos fundado La Pallofa, la primera cooperativa de consumo de Berga.

 

«Cuando no eres de familia de agricultores, encontrar fincas es muy complicado» Paloma Fuentes

 

¿Cómo encontrais el Mas La Datzira, en el Moianès?

Varias personas que conocemos se habían enterado de esta propiedad y vinimos con ellas a ver la finca. Valoramos positivamente que, aunque la casa y el molino estaban en ruinas, había tierras suficientes y acceso al agua, por lo que nos quedamos aquí. Los primeros años los dedicamos a reconstruir la casa y recuperar su entorno. Y a los tres años, en 2007, creamos la entidad paraguas del proyecto: la Asociación Para el Desarrollo Humano Sostenible La Datzira Kf. De hecho, el alquiler está a nombre de la entidad.

 

¿Cómo funciona?

Somos una asociación sin ánimo de lucro en la que están integradas dos cooperativas de Barcelona: el grupo de consumo del Casal de Ca l'Isidret y la Cooperativa La Unió del Ateneu Popular La Flor de Maig. La finca abastece a estos dos grupos de personas consumidoras. Siempre hemos primado la variedad y, por eso, tenemos huerta y un pequeño rebaño de cabras para el autoconsumo de ambas asociaciones. En invierno, que no tenemos prácticamente nada, los socios consumen productos elaborados con verduras de verano y otros alimentos. Desde que empezamos nuestra actividad, también colaboramos con Les Refardes y ayudamos a preservar variedades antiguas de productos agrícolas tradicionales. Por ejemplo, cultivamos maíz de escairar, un maíz muy especial que nosotros ya cultivamos en el Berguedà y que se sirve, tradicionalmente, con la escudella de Navidad.

Además, hace unos nueve años plantamos encina micorrizada con trufa, que necesita bastante agua. La micorrizada es una simbiosis entre la encina y la trufa y la cuidas diez años y rezas para que después salga. ¡Si sale un 10% ya puedes estar contenta!

 

Parece que, en la Datzira, disfrutáis de un contacto muy estrecho con las personas que se alimentan de vuestros productos. ¿Es así?

Sí. Cuando llegamos a la finca había mucho trabajo, pero gracias a la ayuda de las personas asociadas pudimos recuperar todos los campos. De hecho, ya llevamos dieciséis años con los socios de la Cooperativa La Unió y, gracias a su colaboración, pudimos montar el invernadero. Como ven, integramos muchas actividades y nos gustaría que la administración reconociera la figura del campesinado que hace un poco de todo… Pero no es el caso.

 

«Nos gustaría que la administración reconociera la figura del campesinado de antes, que hacía un poco de todo» Paloma Fuentes

 

Las cabras son otro de los grandes atractivos de la finca.

Sí: hay treinta y tres, que paren a principios de año, y un chivo joven. Hay cabras que tienen nombres, como Núria, que es la blanca; Yeti, la peluda; la Ojo de Cristal, que llamamos así porque le falta uno, de ojo; Dopti, que acepta fácilmente a otras crías adoptadas... Siempre pastan en los bosques de alrededor, pero también hemos transformado uno de nuestros campos en una zona de pasto permanente y allí plantamos lo que los animales comen días concretos. Antes teníamos más huerta, pero la hemos ido reduciendo progresivamente.

 

En una finca tan apartada, seguro que os encontráis con retos. Además de la dificultad para llegar, ¿qué otro destacarías?

El lobo. Lo tenemos instalado por aquí y, en el 2021, nos mató cuatro cabras y, el año pasado, tres cabras y dos cabritos: en total, nueve animales han sufrido las consecuencias de su regreso. Desde que hemos corroborado que el lobo es el causante de la muerte del ganado, ya no dejamos nunca las cabras solas en el bosque y las guardamos todas las noches.

Aparte del lobo, al vivir en una zona poco poblada, también sufrimos los estragos de los jabalíes y las águilas; por eso hemos delimitado el huerto con cerrado eléctrico.

 

Dice que uno de los puntos fuertes de La Datzira es la disponibilidad de agua. ¿De dónde la sacáis?

El agua la traemos con mangueras desde la Font del Gust, cuyo acuífero está a un tercio de su capacidad y se encuentra a unos 700 metros de la masía. El problema es que la fuente está bastante baja y eso me preocupa tanto que ahora hemos comprado un depósito de plástico de 50.000 litros para almacenar el agua. Sufro por las encinas, que hay que regarlas; y también, claro, por la huerta.

Cuando ya estábamos aquí, entre 2004 y 2007, hubo unas sequías muy fuertes, que es cuando en Barcelona se construyeron las desalinizadoras. Pero esa vez tuvimos suerte y los niveles de nuestra fuente no bajaron. En cambio, estos últimos dos años sí que hemos notado cambios. Cada vez llueve menos y, como consecuencia, las reservas de agua descienden.

 

¿Qué aprendizaje principal has integrado de tu vida en el campo?

Pienso que el sistema capitalista acabará muy rápidamente con la soberanía alimentaria y no permitirá que haya agricultores y ganaderos abasteciendo el territorio con alimentos de proximidad. El capitalismo es un sistema absurdo y destructivo, además de una vergüenza muy grande. Cualquier persona que se pare a pensar sobre el tema lo verá... Pero, a pesar de creer esto, ¡hay que seguir adelante!

 

¿Consideras que Mas La Datzira y su asociación son un espacio de resistencia?

Sí, somos resistencia. Estamos aquí por una opción política y no por una opción económica. ¡Y suerte de la gente que nos apoya, de las dos cooperativas de consumo que nos apoyan! Por ejemplo, queríamos poner placas solares porque un vendaval nos destrozó las antiguas placas, y conseguimos nuevas gracias a la gente que nos ayuda. El invernadero también lo levantamos gracias a las personas asociadas. Y cuando se nos estropeó una furgoneta, decidimos hacer una fiesta para conseguir fondos y la iniciativa fue un éxito. Las veinte personas de La Unió y las doce del grupo de consumo de Ca l'Isidret hacen posible el proyecto.

 

¿Cómo nació la relación entre su proyecto en el Moianès y las cooperativas de consumo de Barcelona? ¿Quién hizo el enlace?

Empezamos hablando con amigos y haciendo correr la voz. De hecho, al inicio, repartíamos las cestas en la calle: quedábamos con la gente y listos... Tienes que pensar que los consumidores también están en el proyecto por principios y lo apoyan como opción política. Quieren que haya agricultores con nuestros valores, apuestan por el cultivo ecológico y creen en el acercamiento de la relación campo-ciudad. No somos un negocio.

 

«Los consumidores también están en el proyecto por principios y lo apoyan como opción política» Paloma Fuentes

 

A las personas que quieren empezar un proyecto en el sector primario, ¿qué les dirías?

Desde mi punto de vista, el trabajo en el campo es una opción de vida. Creo en ser payesa a la antigua usanza, que cuida el medio ambiente en lugar de explotarlo. Pero esto no es una opción rentable: trabajas por principios y porque crees que es lo que hay que hacer. Además, ¡la administración pone un obstáculo tras otro! Dicho esto, para mí lo importante es que en una finca exista la máxima variedad, haya animales y todo sea circular. Pero incluso en huerta ecológica ves tonterías: la gente hace monocultivos, utilizan un montón de plásticos, fertilizantes o derrochan los alimentos si las hortalizas no tienen un aspecto lo suficientemente comercial. ¡Me estremece pensar todo lo que se llega a tirar! Otro problema, que es sistémico, es la competencia de las grandes superficies. Y últimamente, la sequía, que supone un gran reto.

 

«Creo en ser payesa a la antigua usanza, que cuida el medio ambiente en lugar de explotarlo» Paloma Fuentes

 

¿Podrías compartir alguna experiencia agrícola que te haya marcado?

Hace veinte años viajé a Malí en una campaña en contra de los transgénicos, junto a más asociaciones de productores de toda Europa. Fuimos porque Syngenta, una de las principales empresas biotecnológicas del mundo, quería hacer un millón de hectáreas de producción de transgénicos irrigadas por el río Níger. ¡Me sirvió de mucho! Ver cómo viven otras personas y los problemas que existen en otros lugares del mundo te hace cambiar la mentalidad. Te hace ver las dos caras de la moneda.

 

Si alguien quiere acceder a la tierra, ¿qué obstáculos se encuentra actualmente?

El principal obstáculo es la propiedad de la tierra: creo que la prioridad debería ser su uso y no su propiedad. Además, tenemos ahora el tema de los purines, que es un escándalo. Hay gente que busca tierras para verter o justificar deyecciones de purines y suben mucho los precios de los alquileres. Hay muchísima tierra que se podría estar cultivando y no se está haciendo por esta situación. En el Moianès pasa mucho: muchos purines de Osona acaban aquí.

 

En el día a día en el Mas La Datzira, ¿cómo lucháis contra la emergencia climática?

De formas diferentes. Para empezar, cultivamos variedades antiguas porque tienen mayor variabilidad genética y se adaptan mejor a los cambios. Además, desde hace quince años no labramos la tierra porque apostamos por una cultura regenerativa. También hemos instalado un sistema de riego a goteo para la huerta, y de microaspersión, para los árboles. ¡Y cerramos ciclos! Todos los elementos que contribuyen a la producción de alimentos provienen de la misma finca y con el estiércol de las cabras y los abonos verdes hacemos el mantenimiento. Habitualmente, los animales comen del bosque, lo que ayuda a prevenir incendios. La energía de la masía es solar, y la calefacción y el agua caliente de leña provienen de aquí mismo.

 

¿Qué papel juega la mirada feminista en el sector primario?

Creo que el feminismo debe estar en contra del patriarcado y es importante defender el papel de la mujer, alcanzar la igualdad en todos los ámbitos, etc. ¡Yo misma he luchado por todo esto! Pero siempre reclamo una mirada feminista y anticapitalista: no nos interesa reproducir a la mujer empresaria. Si el feminismo es capitalista, entonces no es el mío.

 

¿Estar en la finca te permite ser más libre?

Sí, por supuesto, por eso vine: porque tengo mis propios medios para poder comer, calentarme, etc. Podría explotar el mundo y yo viviría bien, ¡ja, ja, ja! Opté por esta vida para ser más libre, para ser más consciente de que lo que realmente necesito es alimento y un techo. Y a las personas, ¡claro!

 

— Redacción BCN Smart Rural —

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