Joan Prat i Fàtima Brunet, Fruits del secà. PATXI URIZ | DIPUTACIÓ DE BARCELONA
Joan Prat y Fátima Brunet, Fruits del Secà. PATXI URIZ | DIPUTACIÓN DE BARCELONA

El dúo innovador del secano

Fruits del Secà es una empresa familiar de agricultura ecológica gestionada por Joan Prat y Fátima Brunet en Sant Pere Sallavinera, un pequeño pueblo de la comarca de Anoia. La pareja ha transformado las tierras familiares y se esfuerza día a día por innovar en la producción de cereales y legumbres.

Joan Prat (Calaf, 1977) siempre había querido ser payés; no le preguntes por qué. La tradición familiar y los hábitos que había practicado desde su infancia tenían seguramente algo que ver. Su padre cultivaba cereales desde hacía mucho tiempo y él le ayudaba en las labores del campo. Un buen día, Joan conoció a Fátima Brunet (Fonollosa, 1980) y, juntos, empezaron a introducir cambios en el proyecto. La pareja, que ahora tiene dos hijos, llevó a cabo la reconversión hacia la agricultura ecológica, introdujo el cultivo de legumbres e investigó cómo comercializar su propia producción.

Fruits del Secà fue fundada en 2011, aunque Joan ya ejercía como campesino desde los años noventa. Cultivan cereales, legumbres y semillas ecológicas, las cuales están certificadas por el Consejo Catalán de la Producción Agraria Ecológica (CCPAE). Además, disponen de un molino de piedra para elaborar harina con los trigos antiguos que cultivan. Venden garbanzos de la Alta Anoia, lentejas pardinas y lentejas rojas. Con la ayuda de un trabajador, gestionan un total de 200 hectáreas, la mitad de las cuales están en régimen ecológico. Sus productos se distribuyen en comedores escolares, tiendas y también a granel a través de algunos distribuidores. A pesar de los retos y obstáculos que han tenido que superar en esta transición, Joan y Fátima están orgullosos del giro que ha dado su proyecto y ahora perfilan otro sueño: abrir una granja ecológica de cerdos.

Conocer a esta pareja luchadora es descubrir que su simbiosis les ha hecho mejores. Joan es campesino y toca la guitarra, mientras que Fátima es informática y sueña con un mundo mejor. El resultado es una empresa familiar agroecológica que innova en los procesos y busca la autonomía y diversificación con el objetivo de satisfacer las necesidades de las personas consumidoras.

 


 

Fruits del Secà nace en un lugar de la provincia de Barcelona con una fuerte tradición campesina, pero que no destaca por su adopción de prácticas ecológicas. ¿Cómo comenzó el proyecto?

Joan Prat (J): Empecé como campesino en 1999, gestionando unas 100 hectáreas. Alrededor de 2008, conocí a Fátima, que ya consumía productos ecológicos. Ella venía de la zona de Manresa, donde existían cooperativas de consumo y una cultura agroecológica más establecida. En cambio, en Sant Pere Sallavinera no sabíamos nada de esto y, como aún no teníamos acceso al Eix Transversal, ¡ir a Manresa era casi una excursión de un día entero! Fue ella quien me introdujo en la agricultura ecológica cuando vio que no solo utilizaba herbicidas, sino que, además, estos no me estaban funcionando. Decidimos acercarnos a la Escuela Agraria de Manresa, un referente en este tipo de enseñanzas, y hicimos un par de cursos: uno sobre cultivos ecológicos y otro sobre biodinámica. La formación nos impactó profundamente. Después de digerir todo lo que aprendimos, transformamos la primera hectárea a ecológico en 2009.

Fátima Brunet (F): En aquella hectárea plantamos garbanzos del Alto Anoia en ecológico, y como fue bien, al año siguiente convertimos cinco o seis hectáreas más. Joan comenzó a cambiar la forma de trabajar la tierra, mientras yo, que había estudiado telecomunicaciones, seguí trabajando como informática en la UPC de Manresa hasta hace un año y medio.

J: A medida que pasaba el tiempo, fuimos ampliando hectáreas e investigando. En el tercer año, empezamos a cultivar trigos antiguos y buscar nuevos clientes. En 2013 decidimos crear una sociedad civil para consolidar el proyecto. Creamos la marca Fruits del Secà, que cuenta con todos los papeles legales y el registro sanitario, y luego conectamos con los comedores escolares para venderles legumbres.

 

Vuestra unión facilitó un proceso de cambio en las tierras. ¿Cómo os conocisteis?

F: Nos conocimos en Fonollosa, mi pueblo. Yo ya conocía a Joan porque había coincidido con un chico que tocaba con él en un grupo de música. Una noche, durante una fiesta de cumpleaños, empezamos a charlar y todo comenzó. Ahora tenemos dos hijos: un niño y una niña.

 

 Joan, tú vienes de una familia campesina, pero las tierras donde estás ahora no eran de tus padres. ¿Cómo las conseguiste? El acceso a la tierra siempre es el principal escollo para ser campesino o campesina.

J: Mis padres eran de un pueblo del Solsonès, pero mi padre era el segundo hijo, después del heredero, y no le tocó tierra. Por eso se trasladó a Calaf para trabajar en una fábrica. Sin embargo, tanto durante el desayuno como al terminar la jornada, a las siete de la tarde, él iba a cuidar de sus cerdos. Cuando Cal Torra se quedó sin familiares directos dispuestos a continuar con las tierras, consultaron a mi padre, que era un primo segundo, y él aceptó. Yo, en ese entonces, tenía catorce años y quería ser campesino, así que todo encajó perfectamente.

 

¿Por qué siempre habías querido ser campesino?

J: No me preguntes el motivo. Siempre lo he visto en casa y también en la de mis abuelos. Mi padre, antes de entrar en la fábrica, había trabajado en un pequeño matadero, así que los fines de semana iba a sacrificar cerdos en las casas de payés: cuatro cerdos en una tarde de sábado y otros dos el domingo por la mañana. ¡Y yo iba con él! Nos levantábamos a las cinco de la mañana y volvíamos al mediodía. No se puede describir, pero me gustaba. La música también me apasiona, pero en los años ochenta, ganarse la vida como músico era muy difícil. Además, como mi padre estaba siempre trabajando, no veía una carrera musical o artística para mí. De hecho, tuvimos bastantes discusiones al respecto. A Fátima le gusta más la parte bucólica de ir a la montaña los domingos, pero a mí me gusta ir al campo y ver si el cultivo crece o no. Ella dice que la primavera es la única época en que puede sacarme a pasear en bicicleta para ver cómo están los campos. En invierno, dice que ya no quiero hacer nada.

 

«Mi padre había trabajado en un pequeño matadero, así que los fines de semana iba a sacrificar cerdos en las casas de payés: cuatro cerdos en una tarde de sábado y otros dos el domingo por la mañana. ¡Y yo iba con él! Nos levantábamos a las cinco de la mañana y volvíamos al mediodía. No se puede describir, pero me gustaba» Joan Prat
 

Fátima, tú no eres de familia campesina. ¿De dónde te vienen las ganas de apostar por la agroecología?

F: Siempre he sido muy activista y he viajado bastante; por ejemplo, fui a Nicaragua con la ONG Setem. Oyendo las charlas del economista y activista Arcadi Oliveres, entendí que el mundo no iba bien y que nos lo estábamos cargando. Era un momento de movilización fuerte contra los transgénicos, y comprendí que debíamos reducir el uso de químicos porque teníamos las aguas contaminadas y necesitábamos comer menos carne. En paralelo, en Manresa, me había apuntado a la cooperativa de consumo El Rostoll Verd, donde trabajaba unas horas y compraba directamente a los productores que cultivaban de forma ecológica. De esta manera, no se incrementaba demasiado el precio de la cesta de la compra.

 

De informática a campesina, ¡qué cambio de vida! ¿Qué es lo que más te atrae de tu nuevo oficio?

F: Estudié telecomunicaciones porque siempre me ha gustado la ciencia, pero también he tenido el «cuquet» por la banda social: era monitora de tiempo libre. No soy la típica informática que se pasa el día delante del ordenador; me gusta la naturaleza, montar en bicicleta... No soy una friki, ya ves. ¡Ja, ja, ja!

Conocí a Joan y empezamos a transformar el proyecto hacia lo ecológico, lo que me motivó mucho. Al mismo tiempo, me gustó ayudarle a comercializar, porque en el campo no podía echarle una mano, ya que él era el que sabía. Nunca he conducido el tractor, no me he atrevido. En cambio, diseñé la web, gestioné los documentos del obrador, y vi que podía aportar mi parte. Si el proyecto fuese convencional, con el uso de químicos, seguiría siendo informática. Estaríamos juntos, pero yo me dedicaría a otra cosa y él sería el campesino. De la forma en que es ahora, sí me gusta implicarme y hacer cursos en la escuela agraria para aprender, entre otras cosas.

 

«Si el proyecto fuese convencional, con el uso de químicos, seguiría siendo informática. Estaríamos juntos, pero yo me dedicaría a otra cosa» Fátima Brunet
 

Luego llegó la maternidad y la crianza, otro trabajo a tiempo completo.

F: Cuando tuvimos a nuestro primer hijo, yo todavía trabajaba a media jornada en la UPC, pero tenía que salir muchas veces para cuidar del niño y, cuando tenía que hacer los papeles del CCPAE, tenía que pedir días libres. Con la segunda hija, vi que no me daba la vida para hacerlo todo. Los niños absorben muchísimo, así que me tomé una excedencia en la UPC. Ahora llevo la administración de Fruits del Secà, y la verdad es que me gusta este trabajo. Da un poco de miedo poner todos los huevos en la misma cesta, sobre todo en el mundo campesino, donde dependes del clima, la sequía, la cosecha… Pero queremos probar y ver cómo va. Si dentro de cinco años vemos que no podemos vivir ambos de esto, los niños ya serán algo mayores y volveré a buscar trabajo fuera.

 

Como agricultores que innovan, seguro que habéis investigado mucho para conseguir llevar vuestros productos al mercado. ¿Podríais compartir qué métodos de venta habéis utilizado? ¿Cuál ha sido vuestra estrategia para encontrar nuevos clientes? ¿Habéis tenido que superar muchos obstáculos en la comercialización?

J: En 2014 hicimos un curso de pequeños obradores en la Escuela Agraria de Tàrrega y aprendimos a transformar un pequeño espacio que teníamos en un obrador. Al principio no fue fácil, puesto que no estábamos familiarizados con todos los requisitos que nos pedían, pero con el tiempo hemos visto que somos capaces de cumplirlos. 

F: Antes de empezar a comercializar nuestros productos, estábamos acostumbrados a que viniera un distribuidor de cereales que se lo llevaba todo y no teníamos que limpiarlos. Pero si recoges garbanzos, por ejemplo, están llenos de mariquitas, caracoles y hierbas, y hemos tenido que aprender a limpiarlos. En los últimos tres años hemos invertido en máquinas para limpiar todo lo cosechado y poder llevarlo al obrador de casa. Si hay algún problema, lo arreglamos nosotros mismos o simplemente nos lo comemos. Ahora lo hacemos todo nosotros.

 

Trabajáis sin intermediarios, una vía que eligen muchos agricultores con empresas pequeñas o medianas.

J: Exacto, los márgenes son muy ajustados y encontrar a alguien que haga el trabajo bien también cuesta.

F: ¡Las lentejas nos las devolvían con piedras! Una anécdota curiosa es que, en los primeros años, por las noches y con una lucecita, revisábamos las lentejas manualmente. ¡Para terminar locos! Por eso, vimos que debíamos invertir en máquinas.

J: Aquellas noches hicieron nuestra relación más fuerte, ¡je, je, je!

F: Con los garbanzos logramos llegar a la clientela final, pero con el trigo no puedes si no haces harina. Por eso, después de visitar a Josep Bové de Cal Pauet, todo un referente, compramos un molino. Cuando llevábamos los trigos antiguos que cultivamos a las harineras, nos decían que se sitúan fuera de los parámetros estándar de calidad, proteína y elasticidad que suelen pedir. Tener un molino propio nos permite hacer nuestra propia harina.

 

Es decir, se salen de los estándares, pero, en cambio, ¿son más saludables, no?

J: Sí, las personas consumidoras ya están recibiendo esta información y entienden que el estómago asimila mejor los trigos antiguos. Pero debemos decir que descubrir todo esto ha sido posterior: primero los elegimos porque nos convenían en cuanto al cultivo y después vimos que eran más saludables. Por ejemplo, mi padre quedó harto de comer centeno durante la posguerra, pero posteriormente este cereal se dejó de cultivar porque en aquella época se quería harina blanca y lo más refinada posible.

F: Las personas con intolerancias alimentarias ya han ido descubriendo estos cereales antiguos, pero la mayoría todavía no los conoce.

 

Según datos de BCN Smart Rural, un 48% de los cultivos en la provincia de Barcelona son cereales. Ahora bien, si miramos las explotaciones en ecológico, el porcentaje desciende muchísimo: al 3%.

F: Es verdad. Hay muchos agricultores que hacen cereal, pero no en ecológico.

J: El sistema actual les lleva a hacer esto, a endeudarse para comprar el tractor de doscientos caballos, la granja de cinco mil cerdos, etc. Pero nosotros decidimos parar y hacerlo de manera distinta. ¡Empezamos con una inversión mínima y ahora tenemos cuatro máquinas que ni sabíamos que existían!

F: Las personas mayores no se convierten a lo ecológico ni se ponen a comercializar su producto porque requiere mucha motivación y romperte los cuernos. Y la gente joven de payés prefiere continuar con la forma de hacer familiar porque es más fácil. Si quieres realizar la transición, deben moverte fuertes razones ambientales u otras. La gente de fuera de este mundo con ganas de hacer agricultura ecológica suele empezar por la huerta, porque se necesitan muchas menos hectáreas y una maquinaria más asequible. Acceder a suelos de cereales, legumbres y otros cultivos de secano es casi imposible.

 

En las comarcas barcelonesas se están impulsando diversas iniciativas para fomentar el relevo generacional, como los bancos de tierras, los espacios test agrarios y otras actuaciones privadas y asociativas. ¿Cuál es vuestra opinión sobre este tipo de actuaciones?

F: Los bancos de tierras pueden ser útiles para los propietarios que desean jubilarse y pasar la finca a nuevos agricultores. En Francia, por ejemplo, existe Terre de Liens, que es una iniciativa similar a los bancos de tierras de aquí.

J: Para los jóvenes que quieren dedicarse a la agricultura pero comienzan de cero, habría que dar ayudas económicas directas y facilitar la comercialización para que puedan cuadrar mejor los números. Si sólo se les facilita el acceso a la tierra, pero hacen un producto que no pueden terminar vendiendo, mal. También sería esencial que los ayuntamientos crearan pequeños obradores donde los jóvenes pudieran elaborar alimentos.

F: Además, a veces la burocracia para hacer obradores compartidos es complicada y es necesario estar preparado para la gestión comunitaria.

 

«Para los jóvenes que quieren dedicarse a la agricultura pero comienzan de cero, habría que dar ayudas económicas directas y facilitar la comercialización para que puedan cuadrar mejor los números» Joan Prat
 

La Cata de Datos BCN Smart Rural, titulada Territorio artesano, analizó la cantidad y el tipo de equipamientos colectivos de transformación agroalimentaria en las comarcas barcelonesas. ¿Creéis que en el territorio hay suficientes obradores compartidos o hacen falta más?

J: Me gustaría que la Diputación de Barcelona y otras administraciones públicas presionaran a los ayuntamientos para que la legislación de los obradores fuera más adecuada a las necesidades de los proyectos agroalimentarios pequeños y medianos, porque no son Danone. Está claro que debes cumplir con los parámetros correctos, pero la normativa debería poder adaptarse a la dimensión de la empresa. Estas políticas son claves para que la gente se quede en el territorio y pueda desarrollar sus negocios. Sería ideal si te pudieran facilitar el trabajo y que, si no conoces la legislación, te ayuden. En cambio, ahora mismo sientes que te dicen: «Tú haz, y después ya vendremos nosotros y veremos cómo lo has hecho». 

 

Cuando hablamos de relevo generacional, a menudo se observa un patrón muy masculino entre los campesinos que se jubilan, puesto que tradicionalmente ha habido más hombres que mujeres al frente de las fincas.

J: Los cambios de roles son difíciles. Cuando le dije a mi padre que al año siguiente trabajaría una parte de las tierras en ecológico, se sintió mal y le dijo a mi madre que pensábamos expropiarle un pedazo. A él le gusta ir al mercado de Calaf y hablar con los otros agricultores sobre cuándo hay que sulfatar un campo convencional, por ejemplo, y el cambio de rol cuesta mucho. Antes nos enfrentábamos a menudo, pero ahora ya no tanto.

F: Cuando vio que lográbamos vender lo que cultivamos, ya se puso contento…

 

Esa generación de campesinos vivió los avances de la «Revolución Verde», la denominación usada internacionalmente para describir el importante incremento de la productividad agrícola y, por tanto, de alimentos, a partir de los años sesenta, mediante la tecnificación. Sin embargo, a menudo no ha tenido que lidiar con los distintos impactos negativos que se derivan de ella.

F: Las tierras que cultivaban producían muy poco hasta que empezaron a utilizar herbicidas y fertilizantes. Y como cosechaban mucho más, la mayoría de los campesinos se sumó, porque era lo que se consideraba bueno en aquella época; mientras que sólo unos pocos, personas muy puras, decidieron no subirse al carro. Ahora es difícil decirles que vuelvan atrás, que prescindan de utilizar estas sustancias y vuelvan a una agricultura más natural, ya que esto implica, por un lado, menos cosecha, y, por otro, precios de venta más altos. No lo entienden y se preguntan cómo podrán vender sus productos más caros tal y como está el mundo hoy en día. Yo entiendo al padre de Joan. Si algún día nuestro hijo nos dice que quiere quedarse en el campo y volver a hacer agricultura con químicos, yo seré la primera que le dirá que no lo haga. Y quizás tendremos que luchar por este tema.

J: Entre otros motivos, nosotros hicimos paulatinamente la conversión al cultivo ecológico porque queríamos que la gente pudiera asimilar bien los cambios.

 

Vivís y trabajáis en un entorno con mucha cultura campesina, pero también con mayor presión y juicio que en otras zonas donde hay menos agricultores. ¿Cómo influye esta tensión en vuestro día a día?

F: ¡Aquí hay muchos campesinos y está todo el mundo a la que salta!

J: Es cierto, el sábado en el mercado hay mucha gente y todo se habla... A menudo sólo se destaca la parte negativa de lo que has hecho; y cuando las cosas salen bien, nadie dice nada.

 

En el libro 'Tierra de aprendizajes' se destacan proyectos agroecológicos que han añadido una línea educativa o demostrativa a sus fincas con el objetivo de compensar el precio por hora tan bajo del sector primario. ¿Creéis que recibís un precio justo por vuestros productos?

F: Nuestros productos tienen un precio real; son los demás los que son demasiado baratos. El precio del propio cerdo, con los residuos que deja en el medio ambiente y las consecuencias que crea para la salud, debería ser más alto. Si se vende a este precio, es porque está subvencionado por la Política Agraria Común (PAC) u otras ayudas. En cambio, cuando cultivas de forma ecológica y quieres sacar algo de sueldo, el precio de venta es otro y es el precio real.

J: Si nosotros conseguimos vender al precio real es porque hemos podido llegar al cliente final. Si hubiéramos entrado en el otro sistema, si hubiéramos decidido comercializar nuestros productos en el Carrefour o con otro tipo de intermediarios, nos hubieran estrangulado igual. Pero esto no lo queríamos.

F: Exacto, es cierto: también hay agricultores explotados que hacen agricultura ecológica y distribuidores intermediarios que se están enriqueciendo.

 

«Nuestros productos tienen un precio real; son los demás los que son demasiado baratos» Fátima Brunet
 

¿Cuáles son vuestras estrategias para hacer frente a los retos relacionados con la gestión de la sequía, el acceso al agua y el cambio climático?

J: El cambio climático en esta zona nos afectará bastante. Las dos últimas primaveras han sido muy malas.

F: Nuestro siguiente paso es la adopción de una agricultura regenerativa. Ahora mismo, labramos la tierra para eliminar las malas hierbas y tenemos el suelo descubierto durante muchas semanas al año, lo que provoca erosión cuando llueve. Debemos conseguir mantener la superficie del suelo cubierta durante la mayor parte del año. En los próximos cinco años, tenemos la intención de introducir prácticas de agricultura regenerativa en parte de nuestras tierras.

 

¿Tenéis nuevos proyectos que os hagan ilusión en Fruits del Secà?

J: Actualmente, tenemos ciento sesenta y tres cerdos de engorde en el sistema convencional e integrado aquí en casa, pero estamos transformando la granja para pasar a un sistema ecológico y cerrado con sólo veinte cerdas madres. La idea es distribuir nosotros mismos la carne.

F: Para empezar, haremos que alguien nos procese la carne y así conseguiremos diversificar nuestras fuentes de ingresos. Pero los cerdos comerán de la tierra y, por tanto, continuaremos dependiendo del mismo lugar. Otra ventaja de transformar la granja en ecológica será que dispondremos de fertilizante natural, ya que ahora mismo compramos compost en la Cooperativa Plana de Vic, que tiene el sello ecológico, pero es caro y deben traerlo en tráiler.

J: Queremos abrir las puertas de casa y permitir que la gente conozca y entienda el proyecto. El sistema convencional es más bien cerrado; en cambio, nosotros queremos que la granja de cerdos ecológicos esté abierta lo máximo posible y organizaremos visitas para demostrar que las cosas se pueden hacer de otra manera.

F: Incluso tarificaremos la visita. Actualmente, las escuelas visitan la granja, pero de forma más informal.

 

Para cerrar la conversación, ¿qué es para vosotros una buena vida?

J: Una buena vida se parece bastante a lo que tenemos. Trabajar, hay que trabajar, pero lo ideal es poder hacerlo en lo que te apasiona. Si, además, tienes familia y estás bien de salud, ¡pues ya está!

F: Estoy de acuerdo con lo que dice Joan: es difícil tener una buena vida con un trabajo que solo haces por dinero. En cambio, trabajar en lo que te gusta y te llena es muy importante, porque le dedicas muchas horas. Para considerar la vida actual una buena vida, me falta algo de tiempo personal. Me gustaría poder desconectar de vez en cuando, poder decir: «Ahora me voy solo a caminar o solo a la fiesta de los niños». Es algo que mejorar.

J: Mi idea es que otra persona nos eche una mano y así poder desconectar.

F: Por eso tenemos la presión de que esto funcione bien: si pudiéramos contratar a alguien más, nos descargaríamos de trabajo.

 

— Redacción BCN Smart Rural —

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