Isabel Simó, Hort comunitari d'Els Campaners. PATXI URIZ | DIPUTACIÓ DE BARCELONA
Isabel Simó, Huerto comunitario Els Campaners. PATXI URIZ | DIPUTACIÓN DE BARCELONA

La pasión de una diseñadora por la horticultura comunitaria

Isabel Simó se ha criado en Ullastrell, en el Vallès Occidental, donde ahora coimpulsa con su pareja un proyecto de huerto comunitario que cuenta con la colaboración activa de una docena más de personas.

Isabel Simó (Terrassa, 1984) desarrolló un fuerte vínculo con la huerta y el cultivo de la tierra después de realizar un viaje alrededor del mundo junto a Christa, su pareja. Durante esta experiencia, conocieron a personas que llevaban vidas muy distintas a las suyas, y eso les cautivó. Aunque ambas provienen de familia campesina, en el viaje descubrieron la permacultura, una herramienta de diseño de fincas agrícolas basada en la producción ecológica y regenerativa.

Tras la crisis de la Covid-19, decidieron ofrecer a los vecinos y vecinas de Ullastrell un espacio para alimentarse de forma más saludable y aprender juntos sobre agricultura. La gran noticia era que disponían del lugar perfecto para ello: uno de los huertos pertenecientes al padre de Isa, el payés Enric Simó, de la finca de Els Campaners. Con un bancal de 600 metros cuadrados en un terreno de tres hectáreas y media, Isa y Christa pudieron empezar el proyecto de huerto comunitario con el que tanto soñaban.

Aunque ambas impulsoras tienen raíces agrícolas, ninguna de ellas había tenido un huerto propio ni había experimentado el significado y la emoción de cultivar sus propias hortalizas. Aunque solían ir a los campos de sus respectivas familias, sólo participaban en tareas específicas, como cosechar patatas o cerezas. Colaboraban cuando había trabajo, pero estaban alejadas del proceso de crecimiento de todo lo sembrado. No se habían planteado, por ejemplo, qué significaba cuidar de un cerezo durante todo un año.

De hecho, en casa les repetían: «Haced cualquier cosa, pero no os dediquéis al campo. ¡Estudiad!». Sus familias no consideraban la agricultura como una opción profesional viable para ganarse bien la vida; la veían como un sector extremadamente duro, y siempre les inculcaron que las cosas les irían mucho mejor si tenían una carrera. Les hicieron caso: Isa se formó en diseño y publicidad y ahora trabaja como diseñadora, y Christa es profesora en una escuela. A Isa le gusta su trabajo, pero lamenta haber perdido el contacto con la naturaleza.

 

Un huerto para reconectar con la tierra

A raíz de la pandemia, la pareja decidió emprender un cambio radical en sus vidas. Dejaron atrás su vida convencional en Suiza, donde residían, y se centraron en la horticultura con el objetivo de conectar con sus orígenes. La materialización de su idea inicial superó todas sus expectativas. En un primer momento, enviaron un mensaje de WhatsApp a todos sus familiares y amigos para explicarles que querían crear un huerto e informarles de que buscaban a personas dispuestas a ayudarles. Más de cien personas se apuntaron, quizás porque la propuesta llegó durante las restricciones de movilidad implantadas para frenar la Covid-19, cuando todo el mundo tenía muchas ganas de salir de casa. Sin embargo, tuvieron que filtrar, porque ellas buscaban personas dispuestas a comprometerse al menos un año, creyendo que durante ese tiempo podrían aprender muchas cosas. Ya llevan tres y nadie quiere abandonar la actividad.

Vivieron dos años consecutivos en Ullastrell, y empezaron a entender lo que significaba cuidar un pedazo de tierra; y hacerlo, además, con técnicas de permacultura. Querían observar y descubrir cómo crecen los alimentos, pero a la vez alejarse del vínculo aparentemente indisoluble que une al campesinado con el sacrificio.

Durante este proceso, se dieron cuenta de que el padre de Isa, sin saberlo, practica la permacultura. Sin ser consciente de ello, ya aplica técnicas que se han transmitido de generación en generación, cosas que el abuelo de Isa le había contado y que siguen los principios de esta filosofía de agricultura basada en la naturaleza: por ejemplo, la importancia de mantener los árboles en los márgenes del huerto para que puedan fijar el suelo y evitar la erosión de la tierra, además de dar frutos y proporcionar sombra.

En el huerto comunitario no se cobra ningún alquiler, ya que Isa considera que su padre tiene terreno suficiente para ceder una parte de la finca. La iniciativa se basa en el aprendizaje colectivo, y ni ella ni su pareja la entienden como una oportunidad de negocio. Se consideran dos aficionadas con ganas de profundizar en el cultivo de alimentos ecológicos, al igual que las otras doce personas que actualmente forman parte del proyecto. El objetivo es comer de forma más saludable y sostenible, sin necesidad de trabajar cada día en el huerto.

Se reparten las tareas entre todas las personas y así logran que el cultivo no se convierta en una obligación desagradable. «Se nos haría muy pesado tener que venir todos los días a regar durante el verano, cuando hace tanto calor». Además, para Isa, la combinación de su trabajo como diseñadora y el huerto comunitario es ideal. No desea pasarse toda la jornada en el huerto y reconoce su necesidad de mantenerse conectada al mundo digital a través del ordenador. Tener la responsabilidad del huerto le ayuda a mantener un equilibrio. Además, puede aplicar los conocimientos que tiene como diseñadora en cuestiones relacionadas con la agricultura. Por ejemplo, ha creado la página web y la tienda en línea de la empresa agrícola de su familia, y se ocupa de todo lo relacionado con la comunicación del proyecto.

 

De la tierra a la mesa

Haciendo memoria de su viaje alrededor del mundo, la pareja guarda un especial recuerdo de un retiro en Tailandia. Durante una semana, cocinaron y degustaron productos locales y cultivados allí mismo. «Cuando comes bien y de la tierra, todo funciona mejor», reconoce Isa. A través de esta experiencia, tomaron conciencia de la importancia de cultivar lo que se come, de conocer el origen de los alimentos y los beneficios que aportan a la digestión y a la salud en general.

 

«Cuando comes bien y de la tierra, todo funciona mejor» Isabel Simó
 

Isa cree que es difícil seguir una dieta totalmente ecológica y de proximidad, pero con el huerto comunitario quieren conseguir que gran parte de los alimentos que consumen provengan, como máximo, de un kilómetro de distancia de su casa. De esta forma, están cambiando no sólo la forma de alimentarse, sino también la forma de relacionarse con las personas. A su juicio, tener un huerto implica no sólo la responsabilidad de cultivar la tierra, sino también la de cocinar los productos de temporada. «Cuando tienes un huerto, tu menú cambia porque de repente tienes acelgas, espinacas y coles de Bruselas en la nevera que te ves obligada a cocinar para que no se te echen a perder », explica.

Pese a reconocer el valor de los certificados ecológicos y de proximidad, considera que la agricultura regenerativa y la permacultura van más allá. Este enfoque de los sistemas de producción agrícola muestra gran preocupación por los nutrientes de los productos cultivados y su contribución a la salud de la tierra. De hecho, Isa cuestiona que, en algunas ocasiones, los productos ecológicos provienen del monocultivo: «Tú sabes que aquella alcachofa no hará ningún daño a tu cuerpo, pero estás perjudicando a la naturaleza con tantas hectáreas dedicadas exclusivamente al cultivo de la alcachofa».

 

Cultivar, aprender y conectar

Ésta es la tercera temporada del huerto comunitario y la gente participa principalmente para cultivar sus propios alimentos y llevárselos a casa. Se encuentran entre dos y tres veces a la semana y, durante el verano, con mayor frecuencia. Todo lo que cosechan se reparte entre los miembros del grupo. A lo largo de estos años en el huerto comunitario, Isa ha aprendido a reconocer las formas y los orígenes de plantas como las coles de Bruselas o los guisantes. Antes tenía claro cómo era el producto final, pero ahora también ha conocido el aspecto físico de los productos hortícolas. «Es un regalo poder ver toda la evolución de la planta, desde la semilla hasta el fruto», precisa. Esto era precisamente lo que buscaba: entender cómo funciona todo el ciclo, cómo se inicia una nueva temporada y cómo se pueden aprovechar los residuos orgánicos haciendo compost.

 

«Es un regalo ver toda la evolución de la planta, desde la semilla hasta el fruto» Isabel Simó
 

Lo que más le gusta comer del huerto son los tomates. Asegura que saben mejor que nunca y que es un placer poder comerlos pocos minutos después de cosecharlos. Ahora, cuando come tomates de otros sitios, no les encuentra gusto alguno. «No los cosechan en el punto óptimo y pierden la mayoría de los nutrientes», comenta.

En el huerto, evitan utilizar el tractor para no destruir la estructura del suelo y molestar lo menos posible a los organismos que viven en él. Siguen una filosofía de mínima interferencia con la tierra, ya que consideran que pasar el disco del arado por un campo es como si pasara un huracán. Entre sus referentes, destaca dos en particular: Jean-Martier Fortier, a quien Isa considera su gurú, y Charles Dowding, un youtuber de edad avanzada que tiene una gran capacidad para explicar las cosas de forma sencilla y práctica. A Jean-Martin Fortier lo descubrió a través de su libro The Market Gardener , una guía práctica muy reconocida por quienes desean crear huertos en espacios reducidos. Dicho esto, Isa aclara que el huerto comunitario que lidera tiene el tamaño ideal. Al ser pequeño, han podido aplicar técnicas que nunca habrían imaginado que funcionarían, como cubrir todo el huerto con cartones, colocar el compost encima y plantar los productos en pequeños agujeros. Esto permite mantener la humedad de la tierra y reducir la necesidad de riego. Además, siempre mantienen a raya las mal llamadas «malas hierbas».

 

Fomentar el relevo generacional

Isa no cambiaría el camino que eligió al estudiar una carrera, pero cree que quizás ha tardado demasiado en darse cuenta de la importancia de reconocer de dónde viene. «Hasta ahora, a mis treinta y ocho años, no he redescubierto todo lo que tengo aquí», proclama con orgullo. Piensa que es necesario fomentar el relevo generacional a través del amor hacia la agricultura y, al mismo tiempo, formar a las personas que no provienen de este mundo, pero tienen ganas de implicarse en él; se trata de facilitarles el camino. «Nos hemos acostumbrado demasiado a decir “siempre se ha hecho así”», explica. Cree que habría que cambiar un poco la mentalidad y encontrar fórmulas para facilitar el acceso real a la tierra para aquellas personas que quieren cultivarla. Considera que los bancos de tierra funcionan, pero todavía hay mucha gente con tierras que no las trabaja y que prefiere alquilarlas, incluso para obtener tan sólo cien euros al mes. « Desafortunadamente, la gente mira mucho el bolsillo y prima la avaricia ».

Dado que actualmente tiene dos trabajos (uno relacionado con el diseño y otro con la agricultura), está dada de alta en dos epígrafes de autónomos, lo que complica la relación armónica que ella quisiera mantener entre los dos mundos. Según ella, la sociedad se adapta y transforma infinitamente más rápido que las instituciones y la burocracia. Reconoce que no le sale a cuenta tener dos trabajos y lamenta que la mayoría de la gente se eche atrás antes de probar la actividad agraria.

En Ullastrell, la mayoría de los payeses tienen la edad de su padre: se encuentran en la franja de los sesenta y cinco a los ochenta años, mientras que el más joven, después de ella, tiene cincuenta. Comenta que, aunque no están en una zona tan agrícola como el Prepirineo o Lleida, hay muchos terrenos disponibles para el cultivo y, además, están muy cerca de Barcelona. Sin embargo, el relevo generacional no está sucediendo. «Hay espacios para cultivar, pero no hay gente que se quiera dedicar a trabajar la tierra», se queja.

 

«Hay espacios para cultivar, pero no hay gente que se quiera dedicar a trabajar la tierra» Isabel Simó
 

La paciencia, una calidad esencial

Su relación con la tierra le enseñó la importancia de la paciencia. Cree que esta virtud es imprescindible no sólo a la hora de trabajar con las plantas, sino en cualquier aspecto relacionado con el mundo agrícola, ya sea pedir licencias, interaccionar con la administración o trabajar colectivamente en el huerto.

Considera que la sociedad todavía no valora lo suficiente los grandes beneficios de realizar tareas de manera comunitaria: «Cuando involucramos a gente en un proyecto conjunto, sacamos el máximo provecho en todos los sentidos posibles».

 

«Cuando involucramos a gente en un proyecto conjunto, sacamos el máximo provecho en todos los sentidos posibles» Isabel Simó
 

Uno de los retos del huerto comunitario es encontrar el equilibrio entre el trabajo que implica y la cantidad de gente del grupo. Según Isa, harían falta cinco personas más actualmente. Han empezado a publicar noticias sobre el huerto en una cuenta de Instagram y quieren abrirlo a más gente de la zona. De hecho, Isa se está planteando ampliar el proyecto para dar a conocer la agricultura a más personas, especialmente los jóvenes. Asegura que cuando conoces el proceso y el significado de tener un tomate de aquí, comienzas a apreciarlo de verdad. Su idea a largo plazo es vender directamente los productos del huerto, abrirlo a escuelas, grupos, familias e incluso invitar a los vecinos a cosechar calçots, cocinarlos y comerlos allí mismo. «Quiero unir las cosas que ya hacemos y llevarlas al huerto; incluso, ¡dar un concierto entre tomateras!», comenta.

Isa está convencida de que para poder hacer realidad todo esto hay que empezar en pequeño y avanzar poco a poco. Para ella, es un proyecto de vida, y así lo ve con su pareja: «Hay gente que invierte en bonos del Tesoro y nosotros invertimos en la agricultura de casa». Aunque hace dos años sus padres y el resto de la familia no veían clara la iniciativa, ahora empiezan a entender que es un proyecto de futuro y que, si quieren preservar la naturaleza, deben seguir ese camino.

 

«Hay gente que invierte en bonos del Tesoro y nosotros invertimos en la agricultura de casa» Isabel Simó
 

Más que un espacio de cultivo

En septiembre del año pasado, Isa y su pareja se fueron a Suiza porque tenían más trabajo allí. En los primeros días se preguntaban qué pasaría con el huerto. Pero, al volver, han visto que sólo era necesario delegar, ya que la gente estaba suficientemente motivada para continuar. Actualmente, ellas van a la finca al menos una vez al mes  y han podido comprobar que el huerto comunitario es mucho más que un simple espacio de cultivo. Es un lugar en el que las personas se reencuentran con sus raíces, se conectan con la naturaleza y se inspiran mutuamente. A través de esta experiencia, han aprendido a valorar los alimentos frescos y saludables que pueden cultivarse con sus propias manos. Los vínculos que se han tejido en el huerto son tan importantes como las verduras y frutas que surgen de la tierra. Es un recordatorio constante de la fuerza de la comunidad y del poder de la colaboración.

Este pequeño rinconcito verde es un testimonio vivo de cómo podemos transformar nuestro entorno y, al mismo tiempo, transformarnos a nosotros mismos.

 

— Redacción BCN Smart Rural —

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