Germán Domínguez, El Nano Farinetes. PATXI URIZ | DIPUTACIÓ DE BARCELONA
Germán Domínguez, El Nano Farinetes. PATXI URIZ | DIPUTACIÓN DE BARCELONA

Germán Domínguez: «La máxima satisfacción es ver crecer una planta y alimentar a la gente»

El Nano Farinetes es un payés del Parque Agrario del Bajo Llobregat que cultiva hortalizas de kilómetro cero y las vende en el mercado de los sábados de Sant Boi y en varios restaurantes. Empezó a trabajar en el campo con diecinueve años y energía de sobras, y ya lleva ocho al frente de la empresa.

Germán Domínguez (Sant Boi de Llobregat, 1995) es feliz trabajando la tierra. Desde pequeño acompañaba a su abuelo a trabajar en el campo, aunque sus padres eligieron un camino profesional alejado del sector primario. A los diecinueve años decidió formarse como agricultor y compartió en casa sus intenciones. Pese a las reticencias iniciales, su perseverancia le ha llevado a liderar El Nano Farinetes, una empresa agrícola que en pocos años ha logrado ser rentable. Actualmente, cultiva trece hectáreas de huerta con el sistema de producción integrada en unos campos que forman parte del Parque Agrario del Bajo Llobregat, un espacio fundamental para poder abastecer de alimentos frescos al área metropolitana de Barcelona. De hecho, vende en persona el grueso de hortalizas que produce en el mercado de Sant Boi de los sábados, donde comparte la labor con su madre, y también sirve a una distribuidora que abastece a varios restaurantes con estrellas Michelin. La pandemia, paradójicamente, le sirvió para impulsar sus canales de venta directa y llegó a repartir un centenar de cestas diariamente.

Germán, cuando habla, va al grano, es sincero, y no deja escapar ningún detalle. Es resolutivo, como requiere la tierra, y si tiene que hacer una reunión en línea desde el tractor para atender sus responsabilidades de comunicación en el sindicato Unió de Pagesos del Baix Llobregat, la hace sin pensárselo dos veces. En verano cultiva tomates de varios tipos y calabacines de color blanco, amarillo y verde; en invierno tiene coles, brócolis, coliflores y alcachofas, habas y calçots. Últimamente, ha empezado a cultivar patatas. En su finca no tiran nada y disfrutan colaborando con Espigoladors, quienes hacen conservas de sus tomates en el obrador de la fundación, además de tarros de sofrito casero de tomate y paté de alcachofa.

Los valores familiares son muy importantes para este joven que iba para mecánico y un buen día cambió su destino a golpe de azada. Un paseo por su finca nos permite comprobar que las heladas de invierno le han castigado parte de las alcachofas, pero él no se rinde. Nos acompañan los dos perros que controlan sus dominios: uno se llama Pruna, la fruta preferida de Germán; y el otro, Nano, como le llaman a él.
 



Germán, ¿por qué elegiste "El Nano Farinetes" como nombre para tu empresa?

«Farinetes» porque vengo de Cal Farinetes y «el nano» porque soy el más pequeño. Mis bisabuelos tenían la casa solariega de Cal Farinetes. En la época de la Guerra Civil Española, hacían purés con las sobras del campo y, una vez a la semana, la gente más pobre del pueblo venía a casa con la fiambrera y ellos se las daban gratis. Cuando empecé la empresa, buscaba un nombre que me cuadrara y, por mucho que pensaba en ello, ¡no había manera! Por suerte, un día se me ocurrió esta idea y la elección me gusta, porque habla de mis antepasados. Ahora, en Cal Farinetes es donde viven mis abuelos y mis padres se hicieron su propia casa a la salida de la masía.

 

Eres de familia payesa, una gran suerte para empezar un proyecto agrario. ¿De dónde te vienen las ganas de dedicarte al cultivo de la tierra?

Desde los nueve años ya tengo recuerdos de ayudar a mi abuelo. Cuando era pequeño y no quería ir a la escuela, decía a mis padres que no me encontraba bien y me escapaba a echar una mano al abuelo. Y en verano recogíamos la fruta juntos. ¡Siempre me ha gustado el oficio de payés! Y esto debe gustarte porque, si te obligan, lo intentarás un año y lo dejarás. Me gusta el aire libre: yo soy pájaro de bosque. No podría estar dentro de una oficina.

 

«Me gusta el aire libre: yo soy pájaro de bosque. No podría estar dentro de una oficina» Germán Domínguez
 

Con diecinueve años decidiste emprender un negocio en el campo. ¿Qué estudiaste?

Primero estudié mecánica de vehículos, pero no encontraba trabajo, y como en casa ya tenían las tierras y a mí me gustaba mucho, decidí probar el oficio de payés. En un inicio era una intención sólo, no tenía un objetivo demasiado sólido, pero poco a poco, cuando empecé a estudiar más a fondo la agricultura, me picó la curiosidad. Pienso que trabajo de payés siempre habrá porque debemos comer, sea un trabajo más o menos bueno. Y si podemos dar un producto de calidad, mejor aún.

 

«Pienso que trabajo de payés siempre habrá porque debemos comer» Germán Domínguez
 

Tu familia, al principio, no lo veía claro, precisamente porque lo habían probado.

La manía de mi abuelo era que nadie continuara el negocio y, por eso, a los sesenta y cinco años, se lo quitó todo de encima: vendió el camión y la maquinaria, y sólo se quedó con dos hectáreas de tierra. El resto las alquiló, y como él no quería que yo hiciera de payés, me envió a estudiar. Y yo, que odio estudiar y no soporto coger un libro, ¡le hice caso! Decidí preparar en Tàrrega la incorporación para estudiar el ciclo medio de Agronomía; así que, durante un año, iba y volvía todos los días desde Sant Boi, cogiendo el bus a Barcelona.

 

¿Cómo diste el salto entre la teoría y la práctica? ¿Cuándo pudiste ponerte a cultivar?

Al cabo de diez años de la jubilación del abuelo decidí poner en marcha este proyecto, porque yo ya me lo conocía. Pude hacer la incorporación de jóvenes agricultores y, a pesar de que el abuelo tenía las tierras alquiladas a otra empresa, pudimos recuperarlas. Mientras esperaba, el hermano de mi abuelo me cedió un huerto para ir haciendo pruebas y mi padre me regaló quinientos euros. «Esto es para que empieces!», me dijo. Él trabajaba en la construcción, pero, en ese momento, estaba en paro. A mi padre nunca le ha gustado trabajar en este mundo y, si en el pasado iba a ayudar al abuelo a pasar el tractor o a echar una mano en la huerta, lo hacía para ayudar al suegro. Y, conmigo, hizo lo mismo: al fin y al cabo, hay que ayudar a la familia.

 

¿Tuviste que hacer mucha inversión inicial para tirar adelante El Nano Farinetes?

Al principio conseguí una furgoneta, después un camión y seguí invirtiendo en lo que necesitaba. Y, aunque estuve seis años sin sueldo, iba haciendo. Todo lo que ganaba lo reinvertía en la finca: iba cogiendo tierras, plantaba, perdía y aprendía. Actualmente tengo los campos en dos parcelas: una en Sant Boi y otra en Santa Coloma de Cervelló. Ahora estoy restaurando el almacén que utilizaba mi abuelo, el núcleo de la explotación.

 

¿Cuándo empezaste la distribución y comercialización directa de los alimentos que cultivas?

Al principio del proyecto llevaba las hortalizas a Mercabarna, pero allí te pagan cuando quieren: a treinta, sesenta o noventa días. Tienes una comisión y los precios no los sabes hasta que cobras, porque depende del volumen que entra de ese producto. Para una persona que apenas empieza, funcionar así comporta mucho riesgo, porque tú cuentas con ese líquido. Por ejemplo, te dicen que un producto lo venderás a ochenta céntimos, pero después te lo pagan a cuarenta. El vendedor de Mercabarna suele darte una orientación, pero al final siempre es menos. Un buen día me enfadé y decidí montar una parada en el mercadillo de los sábados en Sant Boi.

 

¿Cómo viviste la experiencia de tener tu propio punto de venta?

El primer día fui sólo yo. Mis padres me decían: «Estás loco, tú solo en la parada!». De hecho, mi madre y sus padres ya conocían este mundo: habían tenido parada propia en el mercado municipal, y ella misma, de pequeña, había estado detrás del mostrador hasta los catorce años. Así que me dijo: «Ya te lo montarás!». Y, evidentemente, el primer día en mercado fue demasiado estar solo en la parada y tuve que llamarla... «Mama, venme a ayudar, por favor, que hay mucha gente!». Suerte que vino, ¡ja, ja, ja! Hoy en día, en la parada seguimos ella y yo.

 

La pandemia de la Covid-19 fue un momento de revalorización del sector primario y se crearon una miríada de iniciativas para facilitar la venta de alimentos de proximidad. ¿Cómo lo hicisteis para llegar a vuestra clientela? ¿Lo conseguisteis?

Llevamos cuatro años con parada en el mercado, así que la pandemia nos pilló cuando ya hacía un año que íbamos y, en cuanto a la parte de negocio, fue un punto de inflexión en positivo. En ese período me pude asignar un sueldo y ahora El Nano Farinetes ya es rentable económicamente, porque cuando alcanzas un cierto volumen, ya empiezan a salir un poco los números...

 

¿Pero no fue en ese momento que cerraron los mercados no sedentarios al aire libre, y, en cambio, los supermercados, en recintos cerrados, seguían abiertos?

Exacto. De hecho, yo, al día siguiente del anuncio, me disponía a abrir la parada porque el Ayuntamiento de Sant Boi me garantizó que podría hacerlo. Pero cuando empecé a montar a las ocho y media de la mañana, la guardia urbana me dijo que no: que si abría, recibiría una denuncia. Así que perdí 2.000 euros en género que había cosechado el día anterior y, obviamente, me enfadé. Llamé a TV3, que vino a verme, y pude denunciar la situación. Durante la emisión de la noticia, expliqué que empezaría a preparar cestas para poder dar salida a mis productos. Gracias a la televisión, la gente me conoció y durante toda la pandemia hicimos cestas que íbamos a repartir de ocho a once de la noche con el apoyo de la familia. En aquella época, la parada del mercado estaba cerrada, pero en cambio llegamos a distribuir cien cestas al día. Como comparación, ahora sólo hacemos una decena a la semana y el resto de género lo vendemos en el mercado de Sant Boi de los sábados por la mañana. Dicho esto, el mercado nos va muy bien y estamos muy contentos. Además, cuando vas, recibes un reconocimiento. Siempre hay alguna persona que viene y te dice: «Escucha, ¡la alcachofa que me vendiste era brutal!». Esto te confirma que lo estás haciendo bien. Sea como fuere, los buenos resultados durante la pandemia fueron una gran ayuda para invertir en el tractor.

 

Aparte de las cestas y el mercado, ¿dónde más vendes tu producción?

Desde hace un año he empezado a colaborar con una empresa dedicada a la distribución de producto para restaurantes con estrellas Michelin. En la empresa sirvo alimentos que cultivo en mi huerto y, de hecho, cada vez planto más para ellos. Me va bien porque respetan los precios, me tratan bien y los plazos de pago son mejores que en Mercabarna. Me lo han puesto muy fácil, yo a ellos también, y conjuntamente sentimos que aportamos un producto de calidad que tiene valor añadido. Básicamente, en el Nano Farinetes trabajamos con estos tres canales de venta directa, además de repartir también en algún restaurante de la zona.

 

Tu trayectoria profesional podría inspirar a personas jóvenes que quieren incorporarse al sector primario. ¿Qué les dirías si los tuvieras delante?

Principalmente, deben saber que al campo se viene a trabajar y que, al cabo del día, harán muchas horas; pero, a su vez, estarán haciendo un trabajo muy agradecido. ¡La máxima satisfacción es ver crecer una planta y alimentar a la gente! De hecho, siempre que puedo hago llamadas a los jóvenes para que se sumen al sector. Debemos ser unos cuantos, porque si no el crecimiento de la urbanización se nos va a comer. Por ejemplo, en la zona trabajamos como agricultores sólo cinco jóvenes entre veinte y treinta años, y además estamos separados en diferentes municipios. Después, de edad ya saltamos a los que tienen entre cincuenta y sesenta años y, cuando ellos se jubilen, nosotros no podremos llevarlo todo. Necesitamos refuerzos y, cuanto más seamos, más energía tendremos para defender este territorio. Porque, obviamente, pertenecer al Parque Agrario del Bajo Llobregat es una ayuda, pero no es garantía suficiente. Recuerda lo que ocurrió hace poco con el proyecto de Eurovegas: ¡el parque iba a desaparecer!

 

El Parque Agrario del Bajo Llobregat abarca 3.348 hectáreas y catorce municipios, siendo uno de sus objetivos garantizar la continuidad agrícola y preservarla de la incorporación al proceso urbano. ¿Te es útil?

Sí, estamos muy contentos de formar parte del parque: hacen muchas cosas por nosotros. A veces sí que existen normativas que nos perjudican, como cuando queremos poner un cerco en un campo porque estamos hartos de que nos roben alcachofas y no nos dejan por motivos paisajísticos. Dicho esto, creo que es normal que estas cosas se regulen.

 

Tu finca está ubicada en la cuenca del río Llobregat. ¿Cómo es la convivencia con el río?

El único problema que tenemos con el río es que los jabalíes hacen vida allá, en el cauce, y por las noches vienen hacia aquí. A veces ves cómo han pasado en línea recta pisando el campo. ¡Los jabalíes no tienen miedo de las personas! En mi caso, quizás no tanto; pero para los compañeros que tienen frutales, y sobre todo en verano, el jabalí representa un gran problema. Les destrozan los árboles para comerse las cerezas o los melocotones. Sin embargo, sé que la Generalitat de Catalunya ha invertido en dos jaulas de aquellas que permiten capturar cuarenta o cincuenta jabalíes de golpe vivos y para luego sacrificarlos. Además, el Parque Agrario del Bajo Llobregat gestiona una asociación de control de fauna que se encarga de evitar que haya plagas de jabalí, de paloma torcaz o de cualquier especie que afecte negativamente a los cultivos.

 

«Para los compañeros que tienen frutales, el jabalí representa un gran problema» Germán Domínguez
 

Para favorecer el relevo generacional agrario, en las comarcas barcelonesas se están impulsando iniciativas como los bancos de tierras y los espacios test agrarios. En Sant Vicenç dels Horts está en funcionamiento uno de estos espacios de prueba nacidos con el objetivo de facilitar la incorporación de nuevo campesinado al sector agrario. ¿Lo conoces?

Sí, a Marc Caralt, el chico que ha estrenado el Espai Test Agrari de Sant Vicenç, le gusta mucho la iniciativa y le pone muchas ganas y horas, pero también sé que le está costando vender el producto y sacarle una rentabilidad. Pienso que, cuando empiezas de cero, sacar adelante una empresa agrícola es complicado porque, entre otras cosas, es necesario conocer el ciclo agrícola real, no sólo el que explican los libros, porque el clima cambia en cada zona. Además, el agricultor novel completará los tres años de la duración de la licencia para utilizar el espacio test y no habrá tenido tiempo de conseguir suficiente dinero para poder comprar un tractor. Ahora mismo, un tractor básico de primera mano puede costarte 60.000 euros, y tienes que sumar toda la maquinaria.

 

¿Qué propondrías para echarle una mano a ese compañero que empieza?

Se podría aumentar de tres a cinco años el período del espacio test. Además, estaría bien realizar un híbrido entre el banco de tierras y el espacio de prueba y ofrecer una mentoría que fuera más allá de los técnicos de los ayuntamientos. La tutoría podría ir a cargo de un agricultor que ya estuviera consolidado o a punto de jubilarse, que podría explicarle cómo lleva su finca; e incluso, al jubilarse, podría hablarse de traspasarle la finca. A mí me interesa mucho que haya relevo, porque en el campo siempre es necesaria ayuda mutua, ya sea como apoyo en una tarea agrícola, que me cedan los servicios de un trabajador, etc.

 

«A mí me interesa mucho que haya relevo, porque en el campo siempre hace falta ayuda mutua» Germán Domínguez
 

En tiempos de tus abuelos o de tu madre había más payeses en el Baix Llobregat. Está claro que en una zona con tanta presión urbanística, garantizar el relevo agrario es más complicado.

Sí, la generación de mi madre es la última con raíces campesinas y ese agujero generacional se nota. Hasta los catorce años, mi madre creció mamando la vida del mercado municipal, junto a mi abuela, y el abuelo estaba en el campo. Pero, en un momento dado que no les salían las cuentas, dejaron el mercado y mi madre se puso a estudiar otra cosa. Por eso, cuando yo empecé, mi madre tuvo una decepción y me preguntó que que hacía. En un principio, mi familia no veía claro mi proyecto, pero ahora que ven que el negocio funciona y es rentable, están contentos y me ayudan. ¡Además, a mi madre le gusta cómo lo hago yo y no cómo lo hacía su padre! Antes, el trabajo del campo se hacía todo a mano y ella prefiere que las prácticas agrícolas sean menos antiguas.

 

Miremos el presente. Además de ser payés, también eres sindicalista. ¿De dónde sacas el tiempo para trabajar tanto y hacer tantas cosas?

Muchas reuniones del sindicato, al ser telemáticas, las hago desde el tractor, por ejemplo. Pero sí que es verdad que, en verano, cuando tenemos mucho trabajo, mi pareja quiere que nos vayamos de vacaciones y yo no puedo irme del campo. Las escapadas las hacemos en otros períodos del año. Dicho esto, si te soy sincero, yo no echo de menos los viajes. Incluso, algunos domingos que no tenemos planes, me levanto y vengo hacia aquí al campo y ordeno, ¡ja, ja, ja! Yo aquí disfruto.

 

¿Qué sistema de manejo de la huerta has escogido para tu finca?

Hago agricultura integrada, pero no me he dado de alta como tal en la Generalitat de Catalunya porque hay mucho papeleo. Un técnico asesor de la Agrupación de Defensa Vegetal que opera en nuestra zona viene a la huerta cada semana y nos dice los tratamientos que debemos realizar y nos explica cómo aplicarlos. Además, analiza el suelo para preparar los abonos, que también están regulados. Y para plantar, intentamos trabajar la tierra lo minímo en verano, porque es cuando hay más hierba. Justo antes de plantar, pasamos los subsoladores para arar y airear la tierra, fresar y hacer bancales.

Eso sí, debo deciros que, en general, cada vez nos piden más burocracia a los payeses. ¡Para mí, ésta es la peor parte de mi trabajo! Cuando acabo del campo y llego a casa, tengo que cuadrar liquidaciones y ventas, completar hojas de cálculo trimestrales, preparar cierres anuales, programar cultivos, hacer cuadernos de campo, fitosanitarios, abonos, DAN, DUN... Son cincuenta mil nombres y siempre me pierdo o falta algo. Esto es lo que peor llevo. En mi mundo ideal, estaría bien que me dejaran plantar y cosechar y ya está.

 

«Cada vez nos piden más burocracia a los payeses. ¡Para mí, ésta es la peor parte de mi trabajo!» Germán Domínguez
 

Entre los retos a los que te enfrentas, ¿el agua es uno de ellos?

El agua con la que regamos nos viene del canal de la derecha del río Llobregat. Debido a la sequía, los turnos pactados están muy marcados y controlados, lo que nos supone un problema. Además, con el cambio climático, notamos que es necesario regar más en verano, ya que durante los episodios de calor las temperaturas diurnas alcanzan los 40 grados. Y, como por las noches los termómetros no descienden de los 20, no hay suficiente inversión térmica noche-día para que crezcan bien los cultivos.

 

¿Cómo es el agua con la que riegas? ¿Tiene suficiente calidad para satisfacer las necesidades de los cultivos?

El agua que nosotros utilizamos viene con mucha potasa, porque nos llega de las minas de Sallent; así que, de nitrógeno, ¡vamos sobrados! Por suerte, ahora el agua de riego es buena, porque hay muchos controles: periódicamente realizan analíticas en el canal derecho de Llobregat. Piensa que el agua que nosotros tenemos aquí pasa por la depuradora y se va hacia Barcelona, la consume la gente; por lo tanto, es buena. En cambio, el abuelo me decía que él había regado con agua verde o roja... ¡Y aun así las plantas crecían y no se morían!

 

Relacionado con la escasez de agua, suponemos que has empezado a aplicar medidas para adaptar la finca a la emergencia climática.

Totalmente. Estamos eliminando variedades que mis abuelos plantaban, como la lechuga larga de toda la vida, que ya no puede crecer por el calor, y buscamos variedades más resistentes. Al final, deberemos plantar todas las variedades que se plantan en Almería; y, en Almería, las que están plantando en Marruecos. Para contribuir a la lucha contra el cambio climático, los tractores comienzan a llevar sistemas anticontaminación e, incluso, existen eléctricos, pero son muy caros.

 

«Al final, deberemos plantar todas las variedades que se plantan en Almería; y, en Almería, las que están plantando en Marruecos» Germán Domínguez
 

Muy cerca de aquí, en el corazón del Parque Natural de Collserola, se ha creado una asociación que reivindica el contrato agrario como forma de remunerar directamente al campesinado por los servicios ecosistémicos que aporta al entorno. ¿Qué te parece esa idea?

Es una buena iniciativa. Gracias a proyectos como El Nano Farinetes, el paisaje está cuidado y no abandonado o convertido en una nueva zona industrial que quizás acabaría con las naves vacías, como muchas que veo alrededor. Pero creo que también habría que valorar otro servicio clave que ofrecemos: si pagamos los impuestos del carbono que generan nuestros tractores, ¿no deberíamos también cobrar por el carbono que capturamos en el suelo con nuestra actividad?

 

¿Te sientes valorado como payés por tu pareja y tus círculos?

Mi pareja siempre me ha dicho que haga lo que me guste, ¡pero que no trabaje tanto! Y los amigos, al principio, decían: «¿Payés, tú?», y se reían un poco; pero ahora les gusta que sea agricultor. De hecho, a veces vienen a echarme una mano, sobre todo cuando tenemos que plantar calçots o cosechar tomates. Y a los que se quedan en paro, les propongo que me ayuden, pero vienen dos días y salen corriendo, ¡ja, ja, ja! Por suerte, la sociedad ha ido cambiando la mentalidad de que la persona que hacía de agricultor era la que no sabía leer o escribir. Pero ahora, si no tienes estudios, no puedes trabajar en el campo: ¡hay que hacer un montón de cursos! Actualmente, el sector primario es sinónimo de gente formada.

 

«Ahora, si no tienes estudios, no puedes trabajar en el campo: ¡hay que hacer un montón de cursos! Actualmente, el sector primario es sinónimo de gente formada» Germán Domínguez
 

En tu opinión, ¿qué se necesita para vivir una buena vida?


¡Esto que ves delante de tus ojos! La buena vida es estar al aire libre y no tener dueño. Valoro mucho poder disfrutar de la libertad de decidir cuándo y cómo hacer una tarea y que nadie me presione.

 

— Redacción BCN Smart Rural —

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