A los siete años, Montse Marcé (nacida en Hospitalet de Llobregat en 1958, pero hija de Cornellà) llegó a Vilanova i la Geltrú. Su vida como payesa, y la de su familia, es una auténtica historia de resistencia, resiliencia y persistencia. Vinculados al campo desde siempre, su casa solariega de Cornellà era conocida como Ca l'Orellut. En aquella época, cada masía tenía un nombre, y la suya lo recibió porque su bisabuelo tenía unas orejas muy grandes.
Los padres de Montse se conocieron, enamoraron y casaron. Cuando regresaron del viaje de bodas, les informaron que el segundo cinturón de ronda sería construido justo por encima de su masía, y se vieron obligados a marcharse. «Se tuvieron que buscar la vida como pudieron», comenta Montse. «No recibieron ningún tipo de ayuda. Fueron expropiados y listo».
Cuando su madre se casó, tenía veinte años y treinta cuando dio a luz a Montse, después de encontrar un lugar más estable en el que establecerse. Durante esos diez años, sus padres vivieron en El Papiol y en Llinars del Vallès, trabajando los campos de otras personas hasta que una tía, que no tenía descendencia, dejó sus tierras en herencia al padre de Montse. Cultivando en ellas, empezó a comprar y vender tierras y, finalmente, logró una finca en Vilanova i la Geltrú. Pero, si ésta debe ser una historia con final feliz, no lo encontraremos aquí.
A los veinte años, Montse se casó, y fue entonces cuando les comunicaron que la ronda pasaría por encima de la finca de su padre. «Nos persiguen las autopistas y las carreteras», dice. Sus padres tuvieron que buscar de nuevo una finca con tierras. Finalmente, las encontraron en Extremadura, donde Montse y su marido les ayudaron a establecerse e iniciar la explotación. Se quedaron con ellos durante un año, y allí nació su primer hijo.
Volvieron de nuevo a Cataluña porque el marido de Montse tenía su familia en la huerta de la Cruz, en Vilanova i la Geltrú, y su padre estaba enfermo. Se instalaron, pero trece años más tarde tuvieron que irse porque el hombre murió y dejó las tierras en herencia al cuñado, quien tenía una discapacidad. «Nosotros lo estábamos cuidando a cambio de poder vivir en la casa y trabajar la tierra. Y cuando murió, al cabo de dieciocho meses, el cuñado le dejó todo a su mujer, y a nosotros nos dieron una patada en el trasero ¡y a empezar de nuevo!».
Se trasladaron a una masía de alquiler donde estuvieron durante ocho años, hasta que Montse se separó de su marido. Empezó de nuevo con sus tres hijos y su suegra, quien decidió ir a vivir con ella. «Y venga, ¡a tirar millas!», dice.
Por la mañana, Montse iba a vender a la plaza, donde tenía una parada. Por la tarde, trabajaba en el campo como jornalera para otro payés. Así sacó adelante a toda la familia hasta que su suegra se puso muy enferma y tuvo que dejar el trabajo del campo para cuidarla. Tras la muerte de la mujer, conoció a Josep, con quien ahora cuida la huerta Pujadas.
Ésta es sólo parte de la historia de resiliencia de Montse Marcé, quien asegura que no ha perdido ni perderá nunca el vínculo con la tierra. Hacemos la entrevista mientras paseamos entre espigalls, ajos tiernos y alcachoferas por su huerta, estrechamente vinculada al Parque del Garraf.
¿De dónde te viene tu compromiso con la agricultura, la tierra y tu trabajo?
Es un privilegio poder trabajar en lo que te gusta, y a mí esto me encanta: tanto ser agricultora como vendedora. El mensaje que quiero transmitir es que hay que tener constancia y no desfallecer, siempre seguir adelante. De vez en cuando, hay que mirar atrás para recordar por dónde no debes caer, pero, por lo general, se debe vivir el momento y disfrutar, disfrutar y disfrutar de lo que estás haciendo.
El trabajo en el campo es una experiencia creativa: plantas una semilla y ves que aquello es como un bebé que crece y crece hasta ponerse guapo. Finalmente, debes cosecharlo, porque tienes que vivir. Pero si no tuvieras que ganarte la vida, no lo cosecharías, ¿verdad?
El campesinado es también una lucha. Pero cuando trabajas en algo que te gusta, no te importa estar veinticuatro horas. Bien, quizás trabajar dieciséis y dedicar ocho a descansar y comer... Pero si no te gusta lo que haces, tres horas de trabajo ya parecen una eternidad y pueden darte una sensación de ahogo. Ahora bien, si lo disfrutas, ¡vas creando!
«Es un privilegio poder trabajar en lo que te gusta, ya mí esto me encanta: tanto ser agricultora como vendedora» Montse Marcé
Cuéntanos una vivencia como payesa o vendedora que recuerdes con cariño y que te haya enseñado algo importante.
A los diez años empecé a ir al mercado de los sábados, y el primer producto que vendí fueron rábanos. Mi padre me dio un cubo y otro con agua, y me dijo: «Ves mojando los rábanos y poniéndolos encima mientras dices: “uno, tres pesetas; dos, un duro”». Me insistía en que debía incentivar la venta. Y no solo aprendí esto, sino que también desarrollé mucha picardía… Les decía a las señoras que me dieran un duro porque no sabía devolver el cambio y yo les daba dos manojos, ¡ja, ja, ja! Con esa estrategia los vendía rapidísimo. Hay que tener esa picardía en el trato con el público, y creo que esto es innato, porque a mí nadie me lo enseñó. Después, a los catorce años, ya dije en casa que no quería continuar los estudios ni realizar el bachillerato superior, sino que prefería dedicarme a vender y trabajar en el campo. Nunca he dejado de hacerlo, pero ahora ya tengo ganas de parar un poco.
¿Cómo describirías tu relación con la tierra, las plantas y lo que cultivas?
Cuando estoy con la tierra, me siento tranquila y orgullosa. Me gusta disfrutarla y estar presente. Tengo una nieta que me dice: «Si tú no tienes trabajo, te lo buscas». ¿Por qué? Porque me encuentro bien aquí. ¿Sabéis en qué momento estoy mejor en el campo? Es por la tarde, hasta que se hace de noche, cuando dejo de correr. Entonces entro en esa intimidad... Me siento aquí para podar las tomateras y el tiempo vuela, a veces hasta el punto de que mi marido debe bajar a buscarme porque llega la hora de cenar y no he vuelto a casa. En verano, aún alargo más, porque hay luz hasta las diez de la noche. En invierno me cuesta, porque a las cinco y media ya está oscuro. Me levanto a las cinco de la mañana, hago el trabajo de casa y a las ocho ya estoy en el campo. Trabajo hasta las dos, que paro a comer, y por la tarde vuelvo. En invierno, algunas tardes, ya no vuelvo al campo. Pero en verano trabajo de domingo a domingo.
«Cuando estoy con la tierra, me siento tranquila y orgullosa. Me gusta disfrutarla y estar presente. Tengo una nieta que me dice: "Si tú no tienes trabajo, te lo buscas". ¿Por qué? Porque me encuentro bien aquí» Montse Marcé
¿Qué te ha sorprendido más después de todos estos años dedicados a cultivar la tierra? ¿Existe alguna planta que haya supuesto un reto para ti?
Sorprenderme, no mucho, pero me hace mucha ilusión cosechar la primera judía, el primer guisante, el primer tomate. Ese día comemos lo cosechado y es una fiesta. Cuando empezamos la cosecha y la disfrutamos, es un tesoro.
En la agricultura tenemos unos pequeños enemigos que son los animales. Los conejos, las palomas, las palomas torcaces, las urracas y las hormigas buscan grano para llevárselo a su casa y nos cogen las semillas de las espinacas, de las acelgas... Rápidamente descubres el motivo por el que estas semillas no crecen: se las han llevado. Por ejemplo, ahora los conejos se han comido todos los guisantes recién brotados. Invertimos mucho y es un riesgo, ya que puede que al final no cosechemos lo sembrado. Ya no plantamos lechugas de ningún tipo, ya que las aves las picotean y sabemos que, cuando la gente va a comprar, no se lleva ninguna lechuga que tenga nada en las puntillas. La lechuga debe ser fina, bonita y limpia, ya que si no, no se vende.
También hemos dejado de cultivar guisantes y habas. En cambio, plantamos mucho ajo tierno, porque nadie se lo come. Ni los conejos, ni los pájaros, ni ningún otro animal, ¡je, je, je!
Proteger la cosecha de la fauna cinegética aumenta las horas de trabajo. ¿Cómo consigues encontrar el equilibrio entre el tiempo que dedicas al campo y a la venta?
Mi hombre cubre un poco las espinacas para salvar algunas hojas, aunque esto implica más trabajo y tiempo. Pero de esta forma podemos cosechar espinacas. Sin embargo, con la lechuga no es posible hacerlo. Y así hemos ido adaptando nuestros cultivos. Ahora, por ejemplo, tenemos patatas: algo para los animales y algo para nosotros. También cubrimos los espigalls, porque incluso las palomas pican la parte más tierna, y lo vemos solo cuando ya están más crecidos.
El equilibrio no existe, pero el trabajo sale a cuenta porque no contamos las horas y no tenemos vacaciones. Y si nos tomamos vacaciones, son tres días en una ocasión, cuatro días en otra, y otros cuatro antes de que acabe el año. A nosotros nos vale la pena porque nos gusta lo que hacemos. Es decir, el secreto es hacerlo porque te gusta.
Después de tantos años de experiencia trabajando en diferentes lugares, ¿cómo prevés el futuro del trabajo en el campo?
Aquí, en la huerta, disponemos de una extensión bastante grande y nos resulta factible. De cara al futuro, preveo que el campesinado tendrá que cultivar parcelas más pequeñas, de unas cinco o seis hectáreas, ya que las grandes las llevarán las multinacionales. Aquellos que se encuentren en medio no podrán sobrevivir. Los pequeños agricultores serán los artesanos de la tierra, y quizás los consumidores todavía valoren su trabajo y les compren directamente. Para salvarse, los payeses deben vender personalmente sus productos: si deben hacerlo a través de un intermediario, los números no les saldrán bien. Yo misma hacía esto: por la mañana iba a vender y por la tarde trabajaba en el campo. Pero ¿qué significa esto? ¿Trabajar desde las cinco de la mañana hasta las diez de la noche, con solo una hora para el almuerzo?
El trabajo en el campo debe gustarte mucho, tienes que amarlo, salir adelante y luchar. Ahora bien, eres libre. Tú mandas, tú decides si plantas esto o no. Tú decides si compras un tractor o no lo compras. Siendo payesa eres libre y tienes el mejor dueño: la tierra. Si te pide agua, tienes que regarla. Pero tienes esa libertad.
«De cara al futuro, preveo que el campesinado tendrá que cultivar parcelas más pequeñas, de unas cinco o seis hectáreas, ya que las grandes las llevarán las multinacionales. Aquellos que se encuentren en medio no podrán sobrevivir. Los pequeños agricultores serán los artesanos de la tierra, y quizás los consumidores todavía valoren su trabajo y les compren directamente» Montse Marcé
Sólo el 1,6% de la población activa se dedica al sector agrario a Catalunya. ¿Qué consejos darías a alguien que desee dedicarse a la agricultura?
Es un oficio muy bonito, pero tienes que ponerle los cinco sentidos. Cuando comienzas, no puedes dejarlo a medias; si lo dejas, no saldrás adelante y te cansarás.
Tienes que luchar por ello, informarte, estudiar, preguntar a los demás campesinos, visitar ferias y escuchar mucho. Hay un refrán castellano que dice: «Allí donde fueres, haz lo que vieres». Así que, si ves que ese ajo se siembra de una cierta manera, plántalo igual, porque si lo haces diferente, probablemente no prosperará. Es necesario estar siempre en formación constante. Yo, a mi edad, todavía sigo formándome. Mi marido y yo vamos a menudo a ferias de semillas para descubrir nuevas variedades. Hablamos con otros payeses y también cultivamos el ingenio para hacer las cosas. Es necesario estar siempre alerta.
Por ejemplo, si un hijo tiene tos, lo observas y, si le cambia la voz, piensas que se ha resfriado y buscas un remedio. Con las plantas es lo mismo: hoy tienen este verde, las observas y te preguntas cosas, y llegas a la conclusión de que quizás les falta agua o que las hierbas se las están comiendo y están enfermando. Tienes que observarlas.
¿Cuál es la planta del huerto que te ha proporcionado la máxima satisfacción?
El espigall es la planta que me ha dado más satisfacciones, ya que con ella he descubierto nuevas formas de promocionar cultivos. Pertenece a la familia de las coles, las crucíferas, y destaca por ser la que contiene más potasio, calcio y fibra, superando incluso a la famosa col kale. Además, el espigall es una variedad europea y del Garraf. Aunque en el pasado su cultivo era más común, se fue recuperando poco a poco. De hecho, creo que en El Prat de Llobregat hay un señor que también quiere seguir cultivándolo. ¡Perfecto! ¡No dejemos que se pierda! Yo moriré y el espigall seguirá adelante.
«Yo moriré y el espigall seguirá adelante» Montse Marcé
¿Quiénes han sido tus referentes en este ámbito?
Mis padres, dos auténticos luchadores que siempre fueron a la par. Dicen que donde existe un gran hombre, hay también una gran mujer, y es verdad. Mi madre era una gran mujer y siempre decía: «Yo sigo». Mis padres fueron valientes, dejando atrás Cornellà para establecerse en Vilanova, y de allí a Extremadura. ¡Qué cambio! Se marcharon hacia allí y regresaron con más experiencia. Después, decidieron trasladarse a Girona. Lamentablemente, ya han fallecido ambos, pero mi hermano y mi cuñada han asumido el trabajo en Girona.
Ahora que te acercas a la jubilación, ¿qué tienes en mente hacer? ¿Hay algo que todavía no hayas probado?
Cultivaré un huerto pequeño para casa. Si no, nunca pararía: ¡este oficio realmente te atrapa! Además, tengo otra afición: soy pesebrista. Hace unos diez o doce años que construyo belenes, y este año me propusieron hacer uno en una parada que había quedado vacía en el mercado del centro de Vilanova y la Geltrú. Creé un belén de seis metros por un metro y medio, totalmente hecho de plastilina. Las piezas miden de diez a doce centímetros. Tardé tres meses en terminarlo, pero me encanta. Desde entonces, no paro de recibir propuestas: por ejemplo, una escuela de Vilanova me ha pedido que enseñe al alumnado a hacer las figuritas. Aparte de los pesebres, también me han invitado al aula del mercado para enseñar a cocinar. ¡Pero yo también quiero aprender! Por eso tengo ganas de asistir como oyente a la universidad... ¡Tengo tantas cosas que hacer y disfrutar todavía!
¿Quieres que tus nietos continúen con el trabajo en el campo?
Si les gusta, adelante. Si no, no es necesario. La ventaja que tendrían es que no deberían empezar de cero, ya que contarían con todas las herramientas y no tendrían que realizar una inversión inicial. Ser agricultor implica una gran inversión, primero con la compra o alquiler de la tierra y después con las herramientas y almacenes.
¿Qué piensas del estado del acceso a la tierra para nuevos agricultores?
La tierra debería ser para aquellos que quieran trabajarla, porque conozco a algunos que plantan pero no recogen. Seamos serios: la tierra es el bien más valioso que tenemos en la vida. Sin ella, no podemos comer. Por tanto, respetémosla. Y si tenemos que luchar por ella, que sea para trabajarla.
El mejor reconocimiento sería que nos dejaran vivir en la tierra tranquilos. Sólo eso, nada más. Que no nos ahoguen... Es como una rueda: si tú vives, el otro también vive. Y ya está, nada más.
«La tierra es el bien más valioso que tenemos en la vida. Sin ella, no podemos comer. Por tanto, respetémosla. Y si tenemos que luchar por ella, que sea para trabajarla» Montse Marcé
¿Qué virtud te gustaría compartir con el mundo para que todos la tuvieran?
La empatía, una cualidad que se está perdiendo. También me gustaría destacar la importancia de atreverse a cambiar de opinión y aprender de los demás. Esto me lo ha enseñado la vida, que me ha dado muchas oportunidades para empezar de nuevo, al menos en tres ocasiones. Sin embargo, estoy agradecida por tener la oportunidad de hacer lo que hago. Puede ser un camino complicado, pero una vez superado, ves que, como decía mi madre, «no tienes palabra de reina». Nada es permanente y siempre se puede comenzar de nuevo.
¿Qué te da esperanza en estos tiempos?
El hecho de que siempre habrá personas enamoradas de trabajar la tierra y otras que apreciarán lo que cultivan. Gracias a los consumidores, el espigall no ha desaparecido y, por ellos, los payeses continúan con su cultivo. Como decía siempre mi madre: «Quien no siembra, no recoge». Primero es necesario sembrar para poder recoger. Esto es lo que importa.
— Redacción BCN Smart Rural —