Maria Giner, La Kosturica. PATXI URIZ | DIPUTACIÓ DE BARCELONA
María Giner, La Kosturica. PATXI URIZ | DIPUTACIÓN DE BARCELONA

María Giner: «Siempre voy con la cabeza alta por el hecho de ser payesa»

La Kosturica es un proyecto longevo que lleva veintitrés años en marcha en Canovelles (Vallès Oriental). María Giner es una de las fundadoras de esta cooperativa de producción y distribución de hortalizas ecológicas que quiere ser una alternativa al actual modelo agroalimentario.

Can Marquès, la masía donde se ubica la cooperativa de producción agroecológica La Kosturica, está muy bien comunicada, y quizás por eso se ha convertido en una especie de centro logístico de distribución de alimentos cultivados por agricultores que han optado por no utilizar abonos ni pesticidas de síntesis química. En la finca tienen una parada que les permite no sólo vender lo que producen, sino también mantener una relación directa y de empatía mutua con las personas consumidoras. Además, reparten unas 120 cestas semanales que siempre van cargadas de alimentos ecológicos, de temporada y de proximidad, y hace más de diez años que sirven pedidos de verduras y frutas a varios comedores escolares.

La Kosturica nació como un proyecto asambleario y horizontal que actualmente lideran tres personas: María Giner (Barcelona, 1976), fundadora; Jordi González, que se incorporó hace unos quince años; y María Roser Ferré, quien ha entrado más recientemente en la iniciativa. Completan el equipo un caballo llamado Menut y dos perras: Alanis Morissette es la blanca y Tina Turner, la negra. Las reminiscencias musicales las encontramos también en el nombre del proyecto, que evoca la identificación que sentían los primeros miembros de la asociación con Emir Kusturica, el director de cine y músico serbio que compuso deslumbrantes bandas sonoras basadas en los ritmos de los gitanos de los Balcanes.

 

Una payesa con muchos sombreros

María Giner es una fuerza de la naturaleza, comunica bien y da la impresión de que no se le escapa ningún detalle de La Kosturica. Nos recibe una mañana soleada y compartimos con ella el desayuno, sano y ecológico. Su deseo era montar su propio proyecto y logró cumplirlo: por eso sus ojos tienen el brillo especial de las personas felices de estar donde están y que se sienten satisfechas con el camino recorrido. No ha sido fácil llegar hasta aquí y, obviamente, ha aprendido mucho durante el trayecto.

Desde que empezó a formarse de muy joven, María tenía claras dos cosas: por un lado, sabía que quería dedicarse a trabajar la tierra, y, por otro, estaba convencida de que lo haría siguiendo los principios de la agroecología. Ahora, después de veintitrés años adentrada en el proyecto, la vallesana ha adquirido una tercera certeza: la importancia de tejer redes, y no sólo la propia, la integrada por «la familia de La Kosturica» y la clientela que cada semana confían en ella. Su deseo de compartir y diversificar la ha llevado a participar en otros espacios de productores y productoras de alimentos, como la Red de Payeses y Payesas Agroecológicos de Catalunya; el grupo de productores que trabaja con la distribuidora Ecocentral proveyendo comedores escolares con alimentos ecológicos; y, recientemente, AlterBanc, un nuevo modelo de banco de alimentos donde en lugar de encontrar comida procesada de la industria alimentaria se ofrecen alimentos frescos de origen local y cultivo agroecológico.

Deambulando por Can Marquès escuchando a María, nos damos cuenta de todos los sombreros que lleva en la cabeza esta mujer: es productora, activista, comunicadora y compañera. Y, entre ceja y ceja, vislumbramos el objetivo que la propulsa: contribuir a un mundo más justo desde la tierra que pisa y el entorno en el que vive.

 

Un cambio de vida radical

A veces, asistir a un acto y conocer a un grupo de gente nos puede cambiar la vida. Y esto es que le pasó a María cuando, con sólo dieciocho años, participó en una charla de ganadería ecológica. Lo que sintió la impactó: «Escuchar todo aquello me hizo ver que quizá mi camino era la agricultura». Sin pensárselo mucho, pidió al ganadero del acto, que era de Sant Hilari Sacalm, si podía ir a realizar unas prácticas. Y aunque él al principio no lo veía claro, porque María todavía era bastante urbanita, al final accedió. La cosa salió bien: ¡la joven sin experiencia superó todas las pruebas que le puso el veterano ganadero!

Aquellas primeras prácticas en el campo no fueron las únicas que hizo María, quien siguió formándose alejada de la teoría. «En ese momento, los payeses eran un 2% de la población activa; ahora todavía somos menos. Me gusta mucho dedicar mi vida a que no desaparezca este oficio», confiesa. Y es cierto que María se ha autoimpuesto la misión de cuidar de la tierra, crear redes con otros agricultores y agricultoras, y establecer relaciones bonitas y duraderas con las personas que consumen sus hortalizas.

Antes de avanzar en la historia, debemos dar marcha atrás en la máquina del tiempo. Entonces veremos que, de pequeña, María no tenía demasiados referentes campesinos en su entorno. Su padre se dedicaba a la exportación, su madre era administrativa y ella se había criado en un entorno poco rural entre Barberà del Vallès y Sabadell. El único vínculo que tenía con la tierra era su abuelo, que en Navarra había sido labrador y en el Penedès tenía un huerto, al que, por cierto, no dejaba entrar a su nieta. Sin embargo, en casa la apoyaron para que estudiara Agronomía y, como ella ya intuía que no encontraría asignaturas sobre agricultura ecológica, una disciplina muy incipiente a mediados de los años noventa, creó una asociación llamada L'Esbarzer (La Zarza) con un grupo de amigos universitarios para poder organizar charlas alternativas a la agricultura convencional, así como sobre okupación y antimilitarismo. Mirando el pasado, comenta que los propios profesores de Agronomía de su época ahora imparten clases de agricultura ecológica y, cuando se los encuentra, les dice, en broma: «Así que era algo de cuatro hippies, ¿eh?» . Sin duda, con los años ha habido un cambio de paradigma, y el índice de conversiones de fincas al cultivo en ecológico es muy elevado, tanto entre pequeños agricultores como entre grandes productores, nos explica con orgullo.

Por aquel entonces, un acontecimiento grave la marcó: justo antes de que ella entrara a la universidad, su padre murió en un accidente de coche. «Es un hecho que me marca de una forma bastante dura y que en el momento tengo que superar... Aunque con dificultades, lo consigo», rememora con emoción. Pese a la desgracia, se sentía muy afortunada de tener a su madre y a su hermano, con quien hizo mucha piña. María sabe que su padre habría respetado su opción de vida. La madre también lo hizo, y siempre la ha animado a dirigirse hacia lo que la apasiona, aunque sea una opción más precaria desde el punto de vista material.

Durante la carrera universitaria, afloró con fuerza la María más activista y curiosa por descubrir modelos y alternativas. Viajó a Francia para conocer las Associations pour le mantenimiento de una agriculture paysanne (AMAP); en el Estado español asistió a los foros 'Por un mundo rural vivo', que organizaba la Plataforma Rural; y se introdujo en los movimientos agroecológicos y okupas. Un día, cuando participaba en una acción contra el desalojo de una casa okupada, María fue detenida. Se la acusó injustamente de haber formado parte de un grupo que había destrozado la sede del PP en una manifestación anterior y, aunque el caso se archivó, este hecho la condicionó y le dificultó terminar la carrera de Agronomía. Pero, con esfuerzo y dedicación, logró su objetivo y se hizo con el título.

 

«Me gusta mucho dedicar mi vida a que no desaparezca este oficio» María Giner

 

El proyecto se pone a caminar

El momento fundacional de La Kosturica se acercó un poco más a raíz de las prácticas que María hizo con Joan Relats, agricultor de Lliçà de Munt, fundador de Hortec y uno de los pioneros de la agricultura ecológica en el territorio. Al finalizar las prácticas, María se fue a vivir y trabajar con su mentor, y, al cabo de un tiempo compartido, Joan le propuso a ella y a otra persona que continuaran con la finca. La idea no cuajó por varios motivos y, de hecho, a Maria ya le había picado el gusanillo de empezar su propio proyecto con la colaboración de dos amigos, Killian y Jan Marc, que se unieron al aventura.

Con un pequeño y motivado equipo, decidieron montar una asociación. Juntos solucionaron el principal escollo: el acceso a la tierra. «Tuvimos la suerte de que la propietaria de la finca de Can Marquès valoraba mucho el hecho de que éramos personas que no dejaríamos que se cayera la masía y al mismo tiempo cultivaríamos en ecológico», explica. Era poco más de una hectárea que dedicaron a cultivos de regadío y que, con los años, pudieron ampliar con otros dos campos: uno, el de Pla de Can Naps en Santa Eulàlia de Ronçana, lo consiguieron gracias a las hijas de un payés que querían que se continuara la actividad; y el otro, el de Can Poca Roba, a partir de una clienta de La Kosturica que heredó tierras en Lliçà de Munt. En total, gestionan cuatro hectáreas muy bien aprovechadas y con gran diversidad de cultivos.

Paradójicamente, los dos motivos que llevaron a Joan Relats a detener la actividad agrícola en su finca sirvieron de hoja de ruta a los jóvenes de La Kosturica. El primero, la dificultad para conciliar con la vida familiar, lo solucionaron creando un proyecto horizontal y asambleario llevado por un equipo que trabajara con valores de cooperación y equidad, ofreciera vacaciones y bajas, y cuyo peso laboral no recayera en una estructura familiar clásica. El segundo motivo, la inestabilidad del mercado tanto a pequeña como a gran escala, lo abordaron impulsando un modelo de relación directa entre las personas productoras y las consumidoras, y desarrollando un vínculo de compromiso que les permitiera programar sobre género vendido y reducir al máximo el desperdicio y los altibajos en la demanda. En resumen, adaptaron el modelo de las cestas de las AMAP francesas a la realidad cultural catalana, es decir, «con menos compromiso», dice María. De hecho, en La Kosturica fueron los segundos en aplicar el modelo de las cestas en Catalunya; el primero fue Joan Castellà, un agricultor de Amposta.

María es una mujer de retos, y poder darle la vuelta a estas dos dificultades le hacía perder el sueño: la cabeza le daba vueltas sin descanso para tratar de encontrar formas más dignas de trabajar en el campo. Además, había otros logros a alcanzar: «Personalmente, me decanté por esta opción de vida porque quería contribuir a que la gente pudiera disfrutar de una alimentación más saludable, cuidar el medio ambiente y no contaminar», explica. Sin esa motivación no sabe si habría resistido, porque ha habido años con muchas dificultades y no ha sido fácil sobreponerse a la dureza y precariedad.

La perseverancia ha sido clave y, de hecho, cuando profundizamos en las ideas y las prácticas de esta agricultora, nos damos cuenta de que es de aquellos seres humanos que no sólo quieren el pan entero, sino que quieren conseguirlo con la ayuda y la cooperación de otras personas. Dice que no son «grandes agricultores en cuanto a la parte técnica», pero, sin embargo, han ayudado a mucha gente que ha pasado por Can Marquès a sacar adelante sus proyectos. Nunca han dudado en compartir recursos, contactos, informaciones y consejos para facilitar que las nuevas iniciativas sean un éxito.

 

«Me decanté por esa opción de vida porque quería contribuir a que la gente pudiera disfrutar de una alimentación más saludable, cuidar el medio ambiente y no contaminar» María Giner

 

La familia de La Kosturica

María se siente muy orgullosa de los veintitrés años de proyecto: «En esta vida he decidido no ser madre por opción, porque no me hacía ilusión, pero parí la idea de La Kosturica», confiesa. Dicho esto, que no tenga hijos no significa que no se preocupe por las nuevas generaciones y el mundo que les va a quedar. La defensa del campesinado y el fomento del relevo generacional son dos hitos esenciales para asegurar su legado en este aspecto.

En las más de dos décadas que lleva cultivando en Can Marquès, una treintena de personas han pasado por La Kosturica. «¡Y esto nos hace sentir muy bien! Acompañándonos en el camino y trabajando todos juntos, hemos ayudado a hacer diáspora», explica María. Sin embargo, esta apertura les ha afectado a la hora de contar con un equipo firme y constante. Y, si bien los primeros diez años trabajaban de forma asamblearia, desde hace un tiempo han optado por gestionar La Kosturica con las personas que se han comprometido de forma estable. Ahora bien, siguen cobrando todos lo mismo independientemente de las horas invertidas. Además, recientemente recibieron un asesoramiento inicial del Ateneo Cooperativo del Vallès Oriental para transformarse en una cooperativa, y ahora reclaman más apoyo para completar el proceso y consolidar la transición.

El paso de tanta gente por el proyecto y el trabajo en red con otros agricultores y agricultoras ha hecho que La Kosturica tenga una gran familia. Cada año organizan jornadas de puertas abiertas, además de una gran calçotada que reúne a unas trescientas personas. La finca de Can Marquès es perfecta para acoger este tipo de encuentros: en medio de la huerta se levanta una masía antigua con un porche inmenso y maravilloso. Es difícil imaginar un sitio mejor para compartir una comida festiva o montar una parada de venta directa.

 

«En esta vida he decidido no ser madre por opción, porque no me hacía ilusión, pero parí la idea de La Kosturica» María Giner


Un camino no exento de retos

Gozar de una comunidad sólida no es sólo un gran placer: también suaviza los problemas. María nos explica que hace un tiempo entraron en la masía y les robaron una suma importante de dinero que habían ahorrado para hacer un cercado que les permitiera evitar la incursión de los jabalíes en la finca de Can Marquès. Al compartirlo en el grupo de WhatsApp de la familia de La Kosturica con un deje de tristeza, la cuestión tomó un nuevo rumbo cuando «todo el mundo se volcó en buscar maneras de paliar el mal sufrido», rememora emocionada. Como resultado, ahora pondrán en marcha una campaña de micromecenazgo que busca conseguir financiación para hacer un cercado contra la entrada de jabalíes no sólo en Can Marquès, sino también en la finca de Santa Eulàlia de Ronçana, que sufre aún más presión de la fauna cinegética.

Otro de los retos que están afrontando es el uso racional y sostenible del agua. En este sentido, han probado la estrategia de no poner todos los cultivos con necesidades hídricas en una sola finca, y así se aseguran que, si fallara uno de los tres pozos, no se iría todo a pique. Asimismo, optimizan la acequia, realizan abonos verdes y rotan los cultivos, entre otras técnicas. Durante cinco años, incorporaron la tracción animal en el manejo de las fincas, ya que tanto a María como a Jordi les encantan los animales y se formaron en doma natural y adiestramiento para que su yegua, Fosca, les ayudara en algunas tareas. La experiencia fue muy gratificante, pero desde que el animal murió, lo han dejado aparcado: les ha afectado mucho esta pérdida.

 

Una payesa agroecológica

La conversación con María fluye de forma sencilla y sincera, y es todo un gusto seguir su hilo de pensamiento. Le fascina la agroecología y, de hecho, cuando le preguntamos sobre las estrategias que implementa para luchar contra el cambio climático, nos precisa, con su habitual pedagogía, que es necesario ir más allá de la aplicación de técnicas de producción ecológicas libres de químicos, como las que avalan el Consejo Catalán de la Producción Agraria Ecológica u otros organismos. «La agroecología no es agricultura ecológica. Es un paradigma que incorpora objetivos que proceden de la Economía Social y Solidaria», resume antes de poner ejemplos. Según lo ve ella, la agroecología aspira a fomentar relaciones entre productoras y consumidoras que sean lo más directas posibles, conseguir condiciones laborales dignas para las productoras y trabajar en red con otros proyectos agrícolas que sigan la misma filosofía. En este sentido, es muy importante intercambiar recursos y conocimientos, ofrecer apoyo emocional y realizar pedidos conjuntos para reducir costes.

Para probar todos estos mecanismos, fue primordial la creación de la Red de Payeses y Payesas Agroecológicos de Catalunya. María explica con orgullo que contribuyeron en la definición de una fórmula de avalar colectivamente la calidad de los productos ofrecidos a través de un Sistema de Garantía Participativo (SGP) que consistía, básicamente, en visitar cada año las fincas de los diferentes proyectos, realizar diagnósticos y proponer acciones de mejora. La iniciativa duró un tiempo y ha quedado un conjunto de criterios que defiende ahora la asociación, aunque con un sistema de incorporación de nuevos miembros más sencillo.

Con el transcurso de los años y la proliferación de proyectos de agricultura ecológica y agroecológicos, se han ido creando más redes de ámbito catalán. Pero, en el Vallès, Osona, el Maresme y La Selva, la Red de Payeses y Payesas Agroecológicos sigue teniendo su sede en Can Marquès. «Somos un Mercavallès ecológico, ¡ja, ja, ja!», ríe María. El trabajo en red, el intercambio de productos y la confianza mutua son garantía de calidad y servicio, ya que, si por un tema climático no les crece una hortaliza en su campo, un compañero de Riudecanyes (Baix Camp) se la facilitará, y desde Ponent les traen fruta para todos. «Yo puedo defender los productos de mis compañeros porque los siento como si fueran míos. Sé que los cuidan perfectamente y eso es un orgullo», dice.

 

Con el corazón robado por la huerta

Su trayecto personal y laboral la ha llevado a valorar mucho lo que hace. Y, aunque no es como las payesas de antaño, que tenían gallinas, ganado, etc., y se siente más hortelana que campesina, con el tiempo ha superado sus complejos iniciales: «Yo siempre voy con la cabeza alta por el hecho de ser payesa, pese a que inicialmente me costaba porque no me venía de familia».

María es una agricultora que hace magia con el tiempo y, de hecho, nos confiesa que está obsesionada en optimizarlo. Ella trabaja en el campo, lleva la gestión técnica y laboral, realiza comercialización y comunicación. Suele estar en el plantando y en la cosecha, aunque ya no deshierba. Encargarse de la gestión global de La Kosturica le gusta, pero no duda a la hora de confesar lo que de verdad le tiene el corazón robado: «Me encanta estar en el huerto y ver cómo empieza el día, contemplar cómo la luz toca los diferentes verdes de las hortalizas, estar al aire libre, ver estos paisajes agrícolas... Todo esto me llena el alma. A veces observo una gota sobre una col y pienso: “¡Qué estampa!”». Los días de estrés, que también existen, practica técnicas de respiración o sale a pasear con las perras.

Como payesa y como mujer, María siente que cada vez hay más empoderamiento femenino en el campo: ve a muchas mujeres dando la cara, tejiendo redes en las entidades o atendiendo entrevistas como la nuestra. Esto no quita, dice, que sea necesario seguir visibilizando todas las tareas que realizan las agricultoras, como los trámites, el marketing u otras acciones que no son tan visibles como pasar el tractor o arrancar hierbas.

 

La alimentación para las escuelas y los bancos de alimentos

Al conocer a María, se entiende que La Kosturica es un proyecto de transformación social y política. Ahora bien, con el tiempo también han aprendido a ser suficientemente flexibles para adaptarse a los cambios de contexto. Actualmente, la mitad de la producción de La Kosturica sale con las cestas, una parte importante se vende directamente en la tienda de la finca, y el resto se envía a comedores escolares, un canal que abrieron cuando, en un determinado momento de eclosión de iniciativas similares, decidieron diversificar sus canales de venta. Primero trabajaron con la empresa Ecomenja y después con Ecocentral, una distribuidora de compras de alimentos agroecológicos que abastece a comedores escolares de Barcelona y cercanías. De hecho, La Kosturica participa activamente en la asamblea de Ecocentral, donde acuerdan los precios de los productos y programan los cultivos de forma organizada. Estos encuentros permiten establecer relaciones más cercanas entre las personas que trabajan en un sector que, para crecer, necesita dotarse de estabilidad y compromiso a largo plazo.

Para María, «tiene todo el sentido del mundo que, desde pequeños, los niños coman verduras como las nuestras y conozcan sus sabores. Es muy importante que en los comedores escolares se trabajen los valores de la alimentación sostenible». Con el objetivo de facilitar esta transición, surgió la necesidad de crear una entidad paraguas, la Red Agroecológica de Comedores Escolares de Catalunya (XAMEC), en la que participa La Kosturica acompañada de cinco gestoras de comedores escolares, una central de compras agroecológicas, una asociación de restaurantes y una ONG.

En La Kosturica, junto a Ecocentral, también encuentran tiempo para enriquecer otra iniciativa, AlterBanc, un banco alimentario agroecológico en el que confluyen movimientos vecinales y entidades que trabajan en el ámbito de la Economía Social y Solidaria y de la soberanía alimentaria. Con el objetivo de huir de los bancos de alimentos asistencialistas, aspiran a abastecer a familias precarizadas con alimentos frescos y de calidad, fruto del esfuerzo de campesinos y campesinas agroecológicos que reciben un precio digno por los productos que cultivan.

 

Hacer que el relevo sea más fácil

María es de la opinión de que trabajar para poner la alimentación en el centro de los currículos educativos podría ser una vía para concienciar a futuros y futuras campesinas, pero también se pregunta qué más se puede hacer para animar a la gente joven a elegir una opción de vida «tan preciosa y dura». Después de rumiarlo un poco, cree que la solución pasa por el verbo «facilitar». Por un lado, a quienes quieren continuar con la trayectoria de sus padres en el campo, habría que facilitarles el cambio hacia modelos productivos más sostenibles, más ecológicos y más viables. Y, por otra, también debería favorecerse el acceso a gente como ella, de nueva hornada. «Los bancos de tierra son necesarios, pero todavía no hay usuarios suficientes para la cantidad de tierras que hay», apunta Maria. Es decir, aunque impulsar bancos de tierras sea una iniciativa importante y potente, es necesario fomentar que más personas se animen a dedicarse a las labores del campo.

«Las administraciones y los productores saben que deben incorporar en su discurso el ecologismo, el feminismo y la economía social, pero después, a la hora de implementarlo realmente, no lo hacen», se queja la fundadora de La Kosturica. Según ella, uno de los motivos que provoca que la gente se eche atrás y no emprenda negocios en el sector agrario son las trabas administrativas y burocráticas. Opina que se podrían destinar fondos públicos a crear un cuerpo de profesionales técnicos que asesoraran al campesinado sobre gestión, canales de comercialización, producción, etc. También destaca otro tema: la dimensión de los proyectos. Cree que es clave que se favorezcan las pequeñas producciones en red, porque «a lo largo del tiempo son mucho más resilientes y sostenibles». Si una explotación pequeña cierra, no será «como si cierra Casa Ametller», añade.

María no ha acabado la receta, pero los ingredientes básicos los tiene claros. Esa lucidez en las acciones y el pensamiento, junto con toda la fuerza colectiva, podrían ser los motivos por los que La Kosturica lleva ya tantos años en funcionamiento.

Si esta payesa hace balance, la libertad y el contacto con la naturaleza son otros dos alicientes de su rutina. «Me siento muy privilegiada de estar haciendo lo que yo quiero y no lo que alguien me impone», afirma la hortelana. Una tercera motivación que la acompaña desde muy joven es el sentimiento de estar aportando para un mundo mejor, «un mundo con mayor respeto por la naturaleza y las personas, un mundo más saludable», concluye. De las diversas Marías que hemos conocido hoy, la payesa y activista tiene siempre la última palabra.

 

— Redacción BCN Smart Rural —

Maria Giner, La Kosturica. PATXI URIZ | DIPUTACIÓ DE BARCELONA
Enlaces relacionados

Historias BCN Smart Rural: 'Comamos local'
Cortometraje producido por BCN Smart Rural | Diputación de Barcelona

Compartir
Te puede interesar

¡Únete a la revolución más deliciosa!

¿Quieres estar al día de las últimas novedades del programa Barcelona Agraria?  ¡Suscríbete a nuestro boletín digital!

Rellena el breve formulario que encontrarás a continuación y recibirás en tu correo electrónico una selección de noticias, entrevistas, informes y publicaciones que seguro te interesan.

¡Quiero suscribirme!