Albert Carol (Barcelona, 1967) ha pasado la mayor parte de su vida en Martorell. Sin embargo, su deseo de conocer nuevas realidades agrícolas le ha llevado a viajar por casi todos los continentes, donde ha admirado la resiliencia del mundo natural. Jardinero y campesino de profesión, trabaja a tiempo completo en el área de producción de Can Pastallé desde hace tres años.
Ernest Soler es el impulsor y propietario de este proyecto, una empresa que nació en 2020 con el objetivo de promover una alimentación más saludable y cultivar verduras «con el sabor de antes». Los productos de la Masía Can Pastallé se comercializan de diversas maneras: aceptan pedidos personalizados, venden en la misma finca, tienen un mercado los sábados en la plaza de los Carros de Tarragona, venden los excedentes en Mercabarna y, recientemente, han inaugurado una tienda en el barrio de La Bonanova de Barcelona. La apertura de este establecimiento, según Ernest, tiene como finalidad reforzar el negocio.
Un campesino trotamundos e innovador
Después de seguir una sinuosa pista que sube desde el Baix Llobregat, se llega a esta masía vallesana, una preciosa edificación mediterránea. La rodean campos de huerta y dos caballos tan blancos como la casa. A pesar de su proximidad a las zonas industriales, aquí el tiempo parece fluir de manera diferente, conectado con el cosmos. Albert, quien tiene una clara comprensión del ritmo de la naturaleza, nos lo explica: «Aquí tenemos un reloj como los que pintaba Dalí, que se deshacen».
«Aquí tenemos un reloj como los que pintaba Dalí, que se deshacen» Albert Carol
Albert llegó a Can Pastallé por recomendación de un familiar: «A mí me ven así, delgado, y piensan que no sirvo para hacer de payés, pero si tengo una recomendación, todo fluye». Es una persona a la que le gusta innovar y, como buen Géminis, tiene la cabeza llena de ideas. En la finca, junto con los demás compañeros, ha materializado varias de ellas: por ejemplo, han construido un pequeño gallinero móvil. También nos muestra cómo plantan olivarda para proteger los tomates de las orugas y cómo quiere instalar una malla que proporcione sombra a las plantas para evitar la evaporación y ahorrar agua, entre otros inventos y estrategias. Está contento con la calidad de la tierra de la finca, que es arcillosa y arenosa: «una buena combinación, de las mejores con las que he trabajado», explica. En el manejo de la finca, aplica algunos principios de la filosofía biodinámica: hace compost con la basura de los caballos y sigue el calendario lunar. Según comenta, en la biodinámica los días se pueden definir de cuatro formas, dependiendo de si es el momento adecuado para potenciar las raíces, las hojas, las flores o los frutos de las plantas.
La pasión con la que cuenta su trabajo es digna de admiración. Al escucharlo, parecería que se ha dedicado toda su vida al oficio de payés, pero, en realidad, empezó a interesarse por la agricultura a los veintiocho años, cuando su familia compró una casa en Castellví de Rosanes, en el Baix Llobregat, que contaba con 4.000 m² de árboles frutales y huerta. «Fue allí donde empecé a trabajar la tierra y, desde el primer día, siempre en ecológico. Nunca he tenido que reciclarme ni convertirme a ello», afirma.
«Fue allí donde empecé a trabajar la tierra y, desde el primer día, siempre en ecológico. Nunca he tenido que reciclarme ni convertirme» Albert Carol
También ha trabajado con otros campesinos y en huertos ecológicos en distintos lugares. Estuvo en Sant Cugat del Vallès y en Menorca, y luego se aventuró fuera del Estado: desde el Pirineo francés hasta África, pasando por la India y México. En cada rincón del mundo ha aprendido que cada clima y ecosistema es diferente y que no existen métodos universales que funcionen. Para realizar estancias internacionales, le ha sido muy útil el movimiento internacional de oportunidades en granjas ecológica WOOFF. Este programa le ha parecido una fuente inagotable de conocimientos y una excelente manera de practicar inglés y francés. «Y en todo el mundo no he pagado ni un duro, ¡ja, ja, ja!» añade con humor.
Los viajes como aprendizajes agrícolas
Una de las estancias más largas fue en México, donde, además del voluntariado, colaboró con una universidad y profundizó en la agricultura tropical. Durante esta experiencia, conoció a un agricultor y chamán que conseguía obtener producciones muy grandes: cultivaba verduras gigantes, como coles de 35 kilos o remolachas de 15. Albert recuerda con añoranza los numerosos experimentos y pruebas que realizaron juntos y el hecho de haber conocido a este campesino mexicano. Un día, pidieron a varias personas que estudiaban agronomía que cultivaran una hilera de plantas, y hicieron un descubrimiento sorprendente: mientras a algunas personas los cultivos se les morían, a otras les crecían con vigor. «El crecimiento de la planta no dependía tanto de los fertilizantes sino del grado de empatía que mostraba la persona que la cuidaba. Las plantas que yo cuido también crecen bien, además de tener una buena tierra», dice.
«El crecimiento de la planta no dependía tanto de los fertilizantes sino del grado de empatía que mostraba la persona que la cuidaba. Las plantas que yo cuido también crecen bien» Albert Carol
México representó un auténtico laboratorio para Albert en el ámbito de la agricultura. Uno de los profesores universitarios con los que se relacionó tenía una finca de dos hectáreas en la selva maya, y Albert pudo pasar un año allí cultivando chile habanero, conocido por su sabor bastante picante. Durante su estancia, logró alimentarse exclusivamente de lo que producía en el campo y recolectaba en el bosque, donde había plátanos, castañas y mangos, entre otros frutos.
«Viajar por diferentes partes del mundo me ha permitido aprender diversas metodologías agrícolas», señala Albert. Además de descubrir distintas técnicas, también ha aprendido valiosas lecciones para afrontar el cambio climático. Tras estar en una zona tropical húmeda, donde la lluvia es constante, decidió trasladarse a un área seca, donde sólo llovía tres meses al año. A pesar de la falta de agua, constató que había árboles que sobrevivían durante todo el año, ya que se habían adaptado. «Al principio, cuando pensaba en el manejo de la tierra, lo hacía con la mentalidad europea, pero allí no funcionaba», recuerda Albert.
En Can Pastallé, Albert trabaja en compañía de un agricultor latinoamericano, con quien se entiende bien. Sin embargo, cuando ha compartido jornadas con otros trabajadores más jóvenes, la interacción no ha sido tan fluida, ya que asegura que algunos de ellos no sólo no le escuchaban, sino que también intentaban darle lecciones.
Para Albert, ser campesino representa un trabajo que le proporciona una gran libertad. Sin embargo, matiza enseguida: «Pero te debe gustar, ¿eh? Si lo haces por el dinero, mejor dedícate a otra cosa». Admite que algunos domingos, cuando no tiene ningún plan de ocio concreto, se acerca a la finca para ver cómo evolucionan los cultivos. Dice que, si tuviera que trabajar encerrado entre cuatro paredes, sólo sería capaz de realizar tareas de despacho muy creativas. De hecho, en el pasado, había ejercido en el ejército como delineante, y eso le gustaba. Lo que detesta es la monotonía: «Si me das a hacer algo fácil, yo me aburro. El cultivo de la tierra puede ser repetitivo, pero yo voy cambiando e innovando».
«iajar por diferentes partes del mundo me ha permitido aprender diversas metodologías agrícolas» Albert Carol
Formarse para innovar
Para practicar la innovación, es necesario conocer distintas metodologías. Albert ha impartido cursos para el campesinado en activo en la Escuela Agraria de Manresa y en la asociación L'Era, Espacio de Recursos Agroecológicos. Uno de estos cursos, impartido junto a Tomàs Llop, abordó las técnicas de poda natural. «Es importante tener una base científica en todo lo que haces en el campo», reflexiona. Recientemente, asistió a un curso sobre agricultura regenerativa y le gustaría aplicar esta metodología en Can Pastallé. De hecho, es miembro de un grupo de Telegram sobre esta temática, donde se comparten avances e ideas para las fincas. Ernest, el propietario de la finca, está de acuerdo con esta visión: el proyecto nació con la vocación de ser ecológico y biodinámico, y evolucionar hacia la agricultura regenerativa le parece una transición natural.
Si hace un balance de sus amistades, se da cuenta de que a menudo están relacionadas con el sector primario, pero también recibe apoyo de personas que no están vinculadas a este ámbito. Asegura que no tiene «amics consumistas». Lo que sí nota es que, a menudo, las personas no compran tanto como quisieran, porque están colapsadas de trabajo.
«Es importante tener una base científica en todo lo que haces en el campo» Albert Carol
La gestión del tiempo le parece a Albert uno de los problemas más comunes de este siglo, pero también le preocupa la falta estructural de interés hacia el campesinado. «Somos un país demasiado industrial y digital, y la gente no se anima a ayudar a los agricultores», afirma con conocimiento de causa. Lanzó un pequeño llamamiento en las redes sociales, pero ninguna persona de la zona de Martorell se mostró dispuesta a colaborar con Can Pastallé, lo que evidencia la pérdida de lo que él llama la «filosofía rural». En el pasado, el campo era una realidad muy diferente: Albert nos recuerda que, antes, el 80% de la población era campesina, mientras que ahora este porcentaje se sitúa en torno al 2% y sigue en declive.
A pesar de la falta de apoyo, Albert Carol propone una forma de reconectar a los consumidores. A menudo se encuentra con gente que viene a comprar a la finca y no vuelve hasta dos meses después, y considera que la agricultura promovida por la comunidad podría ser una vía para estrechar estos lazos. «Es importante que los consumidores se relacionen con el huerto y mantengan una conexión. No hace falta trabajar la tierra, pero sí mantener una relación. Además, esto ayuda a las personas a equilibrarse mentalmente…», argumenta el payés. El mundo laboral confina a la gente en oficinas y las atomiza, mientras que en el huerto se pueden establecer relaciones sociales. En Can Pastallé tienen previsto organizar visitas educativas, por lo que esta idea puede tener cabida.
«Es importante que los consumidores se relacionen con el huerto y mantengan una conexión» Albert Carol
Gestión y adaptación en Can Pastallé
El manejo de la finca mantiene a Albert muy ocupado. Cuando lo visitamos, vemos todas las hortalizas de temporada que tienen plantadas: cebolletas, calçots, brócolis (dice que han cosechado piezas de hasta 3 kilos), acelgas, ajos, coles de Bruselas, coles lombardas, puerros, habas, remolachas y muchas otras variedades de cultivos.
Por suerte, ni los jabalíes ni los corzos visitan la finca, pero los conejos sí les obligaron a cercar las áreas de cultivo, ya que se comían los brotes más tiernos. Una amiga de Albert les mostró un invento para ahuyentar a los pájaros, que también son frecuentes en Can Pastallé. Desde entonces, el campesino instala hojas de papel reflectante que deslumbran y producen ruido, pero que son inofensivas. «En un día ya no había palomas torcaces. Es un material reflectante que utilizan para hacer los tapones de cava», explica el hortelano.
Otro ejemplo de innovación está relacionado con las reparaciones. Tenían un motocultor que no era lo suficientemente potente, así que decidieron ponerle unas fresas más grandes, y ahora el vehículo trabaja de forma mucho más eficiente. Albert siempre insiste en que «el payés debe ser inventor y mecánico, debe saber de todo». Según él, si tuvieran que llamar a especialistas para solucionar cada pequeño problema, nunca acabarían. Por eso, el bricolaje es otra de sus habilidades destacadas.
En Can Pastallé, están adaptándose al cambio climático de diversas formas. Utilizan agua de la red agrícola y han implementado sistemas de irrigación por goteo. Además, cuando lo consideran necesario, utilizan técnicas como el mulching o cobertura vegetal. También están considerando la posibilidad de instalar mallas para proporcionar sombra. Debido a la sequía, los árboles ya no producen como antes; ni los almendros ni los olivos, y solo los que se encuentran cercanos a la masía todavía dan buenos frutos. Albert reconoce que, si la sequía se acentúa, tendrán que tomar más medidas de gestión forestal.
Los retos de sector
El futuro del sector primario preocupa a Albert, ya que, a pesar de celebrar la existencia de los bancos de tierras, considera que no funcionan bien. Tiene la percepción de que, cuando un particular anuncia el traspaso de una finca, hay una gran cantidad de personas interesadas. «Al mismo tiempo, todo se está abandonando. Hay una falta de acción por parte de la administración para facilitar el acceso a la tierra mediante arrendamientos», se queja.
Repasando los retos del campesinado, Albert señala otras dos cuestiones relevantes. En primer lugar, considera vergonzoso que multinacionales extranjeras estén adquiriendo fincas y cree que es necesario proteger el suelo rústico. Además, el hortelano se opone a la completa mecanización de los procesos agrícolas. «Si todo se hace con máquinas, ¿dónde queda el factor humano? La comida acaba convirtiéndose en un producto sin sabor ni alma», comenta, y añade después: «En última instancia, el sabor de los alimentos es un indicador de la calidad del manejo de la tierra. Y si los grandes chefs optan por productos cultivados de forma biodinámica, es porque tienen en cuenta la parte invisible, el aspecto espiritual de los cultivos».
Para concluir la conversación con Albert, le preguntamos si cree que disfruta de una buena vida. «Estoy en el buen camino. No es perfecta, pero ha mejorado. Como decía Gaudí, la originalidad consiste en volver a los orígenes. Y, para mí, una buena vida es retroceder. Creo que debemos recular un poco, porque la tecnología nos ha hecho perder el rumbo. Debemos volver a lo tradicional, a cómo era la vida hace cien años, porque había una mayor conexión con los ritmos naturales... Nada era tan artificial, y eso nos hacía sentir mejor», reflexiona.
Las palabras de Albert nos recuerdan lo esencial y nos revelan verdades que a menudo son más palpables para el campesinado que para cualquier otro colectivo humano.
— Redacción BCN Smart Rural —