Can Girona es una de las pocas masías del Garraf que mantiene la actividad agrícola tradicional tan cerca del mar. Agnès Zander (Barcelona, 1967), al frente de la empresa, nos explica que la mayoría de las masías de la zona han sido vendidas o se gestionan como lugares turísticos, pero ella resiste la tendencia.
Rodeada de bosque mediterráneo y viñedos, la finca cuenta actualmente con la certificación del Consejo Catalán de la Producción Agraria Ecológica (CCPAE). Con un total de sesenta hectáreas, treinta de ellas son de bosque de pino carrasco (antes había encinas y robles, como en la época de los romanos), mientras que veintisiete hectáreas son de viñedo y tres hectáreas de huerta ecológica.
Agnès decidió abrir una tienda dentro de la masía para poder vender sus propios productos agrícolas y también los de otros campesinos ecológicos de los alrededores, evitando así los intermediarios. Según explica, en Sències Can Girona hacen cultura de la tierra y la empresa familiar siempre ha apostado por continuar con la tradición ancestral de los abuelos y bisabuelos. Sin embargo, en la actualidad están buscando modos de combinar la producción de alimentos y el compromiso con la tierra con el rendimiento de la empresa.
Cuando Agnès Zander tenía dieciocho años, su abuelo le preguntó qué quería estudiar y ella respondió que estaba entre el arte y la biología. La reacción del abuelo fue contundente: «Con el arte te morirás de hambre». Le sugirió que estudiara biología o agronomía. Esa misma tarde, Agnès decidió alejarse de la empresa familiar y optó por llevar otro tipo de vida. Vivió en Nueva York, donde exploró mundos fascinantes vinculados al arte y la educación. Pero ganaba muy poco dinero, así que, al morir su abuelo en 2012, se incorporó a la empresa familiar con el sentimiento de que «quien recorre el mundo, vuelve al Born». Al principio, encontró interesante vincularse al campesinado, pero rápidamente se dio cuenta de que algo no funcionaba bien: a pesar de tener tres granjas, estaba perdiendo dinero. Vio claro que el modelo que había funcionado hasta entonces no era viable.
Estamos con Agnès en la entrada de la masía para conocer la historia de Sències, su relación con la tierra y el campesinado, y las propuestas de Can Girona para custodiar el territorio. Sències también gestiona otras dos masías: Can Pous, en Abrera, y Can Massana, en Masquefa.
Venías de una familia campesina, pero desde el principio elegiste otro camino profesional. ¿Cómo has vuelto a vincularte con la agricultura? ¿Qué te ha hecho reconectar con la tierra?
La maternidad me hizo sentir mi conexión con la tierra antes de volver al mundo del campesinado. Creo que ser madre me ha enseñado el amor incondicional y la importancia de estar presente en cada momento, pase lo que pase. He desarrollado la paciencia y la persistencia gracias a la maternidad: si hubiera pasado directamente de ser artista a campesina, no habría podido adquirir estas cualidades.
Reanudar el proyecto en Can Girona fue como tener un segundo hijo, ya que requiere persistencia y presencia. No se trata de trabajar de nueve de la mañana a cinco de la tarde, sino de mantener esa conexión vital. Nosotros somos guardianes de nuestros hijos, ¿no? Pues yo siento la misma conexión con la masía y las sesenta hectáreas que la rodean.
Relacionas el proyecto familiar con la misión social más amplia de custodiar el territorio.
Sí, porque es lo mismo que haces con los hijos: no son tuyos, pero debes estar presente, nutriéndolos y protegiéndolos. De la misma forma, custodiar el territorio es como ser el guardián de un bien que no es tuyo, pero que debes cuidar para que otras personas y generaciones futuras puedan disfrutarlo.
«Custodiar el territorio es como ser el guardián de un bien que no es tuyo, pero que debes cuidar para que otras personas y generaciones futuras puedan disfrutarlo» Agnès Zander
¿De qué manera tienes en cuenta a las nuevas generaciones en tu compromiso con la custodia del territorio?
Cuando cuidas la tierra, no puedes pensar a corto plazo. En Occidente, admiramos mucho a las culturas nativas porque están muy conectadas a la tierra, y algunas resisten y no se han metido en el mundo capitalista. Por lo general, tienen una conciencia del tiempo que tiene en cuenta al menos diez generaciones. Me gusta que en la empresa familiar miremos intergeneracionalmente y pensemos en dos o tres generaciones de antemano: esto es muy potente, ya que es todo lo contrario de lo que ocurre normalmente. Las empresas piensan en un máximo de cuatro años vista.
¿Cuesta mucho cambiar principios y dinámicas de trabajo de las empresas agrícolas?
¡Mucho! Pero creo que mi experiencia de llegar al campesinado desde un mundo totalmente diferente y con una mirada fresca ha ido muy bien. No tenía miedo de preguntar cosas que hasta entonces se habían considerado evidentes, o de cuestionar las respuestas basadas en el «toda la vida se ha hecho así». Si llevamos haciendo las cosas de una forma toda la vida y nos damos cuenta de que nos estamos muriendo, quizá sea hora de cambiar...
El proceso de cambio es lento, ya que implica a dos generaciones y muchas personas que debemos ponernos de acuerdo, pero es muy emocionante ver que, poco a poco, lo vamos consiguiendo.
Una vez regresaste a la empresa familiar, ¿qué propuesta hiciste?
Hicimos una prueba piloto aquí, en Can Girona, donde todos, hijos y nietos, hemos vivido de pequeños y donde mi abuelo también vivía. Estamos muy conectados a este sitio y lo amamos profundamente, así como la tierra que hay a su alrededor. Vimos claro que si nosotros trabajábamos el campo, no podríamos llevar la masía, así que, cuando descubrimos que la cooperativa Can Pere perdía las tierras que habían estado cultivando durante veinte años y buscaban nuevas, les ofrecimos las nuestras. Ellos llevan las tierras y nosotros les compramos los alimentos que producen y los vendemos en la tienda.
¿Funciona bien la venta directa?
Abrí la tienda para controlar el precio y no tener que vender a los mayoristas, ya que no confiaba en los intermediarios. Pero después, cuando empecé a trabajar en la tienda, vi que los intermediarios no eran tan sanguijuelas como pensaba. Tuve que salir de mi mundo de artista para bajar a la tierra. Como siempre digo, he aprendido a ser calçot y quitarme los prejuicios de encima. Desgraciadamente, después de diez años de trabajar mucho, tenemos dificultades para ser económicamente sostenibles. Nos salían bien los números hasta 2020, pero a raíz de las regulaciones post-Covid nos quedamos sin clientela y, a continuación, vinieron las subidas de precios. Ahora mismo no somos competitivos con los precios de lo que cultivamos, y estamos pensando en cerrar la tienda y proponer que Can Pere haga la venta directa en el campo.
Antes de hacer el traspaso del cultivo a Can Pere, ¿toda vuestra producción era ecológica?
Sí, todo menos el viñedo. En 2012 empezamos a arrendar las tierras a un campesino que tiene casi setenta años y es un profesional del sector. Él nos da un porcentaje de la cosecha del año, lo que creo que es muy justo, porque el año que va mal, paga menos, y el año que va bien, paga más. Estas formas de hacer de payés son las que hacen que funcione el sistema.
El problema que tenemos en Catalunya es que las fincas y las granjas son minifundios. En el Penedès, se dice que se necesitan 40 hectáreas de viñedo para mantener una familia. Cuando yo era pequeña, mi madre llevaba los viñedos y producíamos vino de masía. Después dejamos de hacerlo y vendíamos las uvas a las grandes bodegas, como Torres o Freixenet. Hasta el año 2000, más o menos, la masía podía mantenerse vendiendo la uva a las bodegas. Pero cuando eres pequeño, no tienes un mercado libre y las bodegas te ponen el precio. Este es uno de los problemas del campesinado, que es una actividad altamente volátil y de riesgo porque depende de la climatología. Y hablo del campesinado tradicional, no de la agroindustria. Las calidades y rendimientos cambian según la lluvia y las condiciones meteorológicas durante todo el año, especialmente con el viñedo.
¿La cooperación del campesinado puede ser una vía para dar la vuelta a la lógica más mercantil?
Sí, de hecho, en Can Girona estamos intentando salir de esa concepción del mundo competitiva y darwinista que se basa en la ley del más fuerte y apostar por la cooperación. Uno de mis referentes en este tema es la bióloga Lynn Margulis, quien defiende una visión de la tierra basada en la colaboración y la interdependencia. Quiero creer que cada vez somos más conscientes de que formamos parte del ecosistema y que es importante cuidarlo, puesto que, si el ecosistema falla, ¿qué haremos?
«Quiero creer que cada vez somos más conscientes de que formamos parte del ecosistema y que es importante cuidarlo, puesto que, si el ecosistema falla, ¿qué haremos?» Agnès Zander
El traspaso generacional dentro de las familias campesinas a menudo no es fácil. ¿Has pensado ya quién continuará tu trabajo como custodia del territorio?
Yo no soy la propietaria de este sitio, sólo tengo el 4%. Somos una empresa familiar y, cuando mi abuelo murió, se lo dejó en herencia a seis hijos y trece nietos. Pasar de un único propietario a diecinueve fue muy positivo, porque nos obligó a ponernos de acuerdo y construir juntos. Mi hijo, por ejemplo, tiene ahora dieciocho años y dice que no quiere continuar, pero estamos haciendo lo posible para que no se rompa esta relación con la tierra a pesar de las dificultades económicas y las pérdidas.
¿Qué consejo darías a una persona que está dudando si continuar con el negocio familiar vinculado a la tierra y al campesinado?
Le diría que sea libre. Creo que no existen recetas y, si las hay, son una simplificación de la vida. Si sientes que quieres continuar con el negocio familiar, adelante. Y si no lo sientes, no lo hagas. Personalmente, quiero que mi hijo sea libre de elegir su propio camino. Cuando me dice que no quiere vivir en la masía y que prefiere vivir en Barcelona, creo que yo, a su edad, también quería vivir en una metrópoli. De hecho, me fui mucho más lejos, a Nueva York.
Mi madre murió hace poco y me dijo que estaba muy orgullosa de que yo, la rebelde de la familia, estuviera llevando la masía y la empresa familiar. Así que nunca se sabe lo que puede pasar.
Ante las dificultades económicas que afectan al campesinado, existen diversas iniciativas que permiten diversificar las fuentes de ingresos, como la educación, el turismo rural o las actividades culturales. ¿Cuál es vuestra opción para seguir adelante a pesar de las pérdidas?
Estamos considerando la posibilidad de diversificar nuestra actividad con el turismo rural, pero sin perder la esencia de lo que llamamos "fer cultura de terra". Es decir, estamos pensando en abrir nuestra casa y a la vez mantener la actividad agrícola, aunque no la llevemos directamente nosotros. Queremos crear un espacio de vinculación, comunidad y conexión donde poder transmitir esto, y no sólo alquilar un espacio para realizar unas vacaciones.
El contrato que tenemos con Can Pere incluye la condición de que mantengan el cultivo de la tierra en ecológico y que nuestros futuros huéspedes puedan visitar los campos, conectar y colaborar con nosotros. Actualmente, estamos intentando avanzar hacia la agricultura regenerativa y, además, quiero crear un bosque comestible. Hace dos años que estoy buscando la financiación y, si Can Pere está de acuerdo, sacaremos adelante el proyecto. Esta es la última decisión transgeneracional que tomaré, ya que un bosque no lo plantas para ti ni para tus hijos: lo plantas para tus nietos. Estas acciones aglutinan nuestra visión y no queremos que queden sólo en palabras, sino que queremos convertirlas en realidad plantando las semillas y haciéndolas crecer.
Si pudieras enseñar una habilidad a todas las personas del mundo, ¿cuál sería?
Saber parar. Es importante no realizar ninguna acción sin haber respirado profundamente antes y escuchar, no sólo las palabras, sino también percibir la complejidad del ecosistema. Es muy peligroso realizar acciones sin escuchar, a pesar de tener la mejor predisposición. En ocasiones, la mejor acción es no hacer nada. Otro consejo que daría sería conectar con la naturaleza y escucharla mucho. En invierno, por ejemplo, la naturaleza se detiene, y conviene parar e ir hacia adentro. Aprovechamos para escucharnos a nosotros mismos.
¿Qué te hace desesperar y qué te da esperanza?
Lo que me hace desesperar, como seguramente ya han dicho muchos campesinos antes, es la complejidad laberíntica de la administración. ¡Es una locura! Pondría la mano en el fuego de que todas las personas que trabajan en la administración quieren lo mejor para el país y no creo que haya maldad o conspiraciones, pero hay falta de escucha y una gran desconexión. En ocasiones se hacen leyes con la mejor de las intenciones, pero predominan las sanciones en lugar de propiciar la conexión con la ilusión y la conciencia. Todo se construye en base al castigo y esto mata el deseo humano. Que las normativas vengan del miedo y no de la cocreación me desespera.
Pero lo que me da esperanza es levantarme cada mañana en este entorno, que es una maravilla. Ver que lo tenemos todo y podemos inventar, crear y aprender. A pesar de tener cincuenta y seis años y mi pareja sesenta y siete, ambos estamos emocionados de descubrir que el aprendizaje nunca se acaba, y que la fuente más potente es la interior.
Volver a la tierra también me ha llevado a tomar conciencia, una palabra muy gastada, pero creo que apunta al aspecto más poderoso del ser humano. Con el paso del tiempo, me he dado cuenta de que la tierra no nos necesita: aquí hay unos ecosistemas fantásticos que funcionan solos, los animales son maravillosos, y las plantas aún más. Todo funciona solo y los humanos somos los únicos que estamos poniendo esa armonía en peligro. Pero, al mismo tiempo, es maravilloso que el ser humano tenga la capacidad de tomar conciencia y cambiar su actitud. No hay nada que me emocione más que tomar conciencia del origen de esa interdependencia y responsabilizarme de todo lo que pienso, digo y siento. Es una fuente de continuo aprendizaje y mayor capacidad de transformación. Otro de mis referentes, Nelson Mandela, logró impulsar un gran cambio desde una pequeña celda en la que estuvo encerrado durante veintisiete años.
«Me da esperanza levantarme cada mañana en este entorno, que es una maravilla» Agnès Zander
¿Crees que hay un reconocimiento social por tu labor de custodia del territorio?
Sí. De hecho, recuerdo la emoción que sentí durante la pandemia el primer día que vi una gran cola de gente que venía a comprar. En ese momento, estaba con Carlos, el campesino que cultiva el campo, y recuerdo que me miró y me dijo: «¡Me siento tan feliz! ¡Me siento reconocido!».
Aquellas semanas, el mundo se paró, y la gente apreciaba mucho ir de compras a una masía. Desgraciadamente, después de la pandemia, esto cambió.
¿Consideras un privilegio poder comer lo que cultivas?
Más que un privilegio, es un beneficio espectacular para la salud. Reconozco que me cuesta mucho comprar comida fuera de aquí, ya que tenemos unas verduras buenísimas. Me encanta experimentar y crear nuevos platos. De hecho, ¡he estado pensando en repensar el negocio incorporando alguna línea relacionada con la cocina! Poco a poco...
— Redacción BCN Smart Rural —